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20.11.03

Las coordenadas temporales de El Balcón de Jean Genet

por Omegar Martínez

Uno de los elementos más discutidos y analizados en la historia del teatro desde sus inicios es el tiempo. Aristóteles mismo plantea la “unidad de acción” como fundamental para las puestas en escena, percatándose de que toda acción tiene que estar basada tanto en un tiempo y un espacio concretos. Bien apunta Genet en la advertencia a El Balcón que “la representación teatral sólo puede ser la representación de un hecho”, y un hecho como tal, necesita tiempo para acontecer. No hay acción sin el tiempo pertinente para realizarla y el teatro, más que en otra cosa, se basa en acciones, eso es claro y conciso. Sin embargo, como en toda recepción por parte del espectador, es necesario plantear dos tiempos esenciales desde los cuales la acción se realiza: el tiempo subjetivo (el que transcurre de una forma u otra dentro de la representación) y el objetivo (el tiempo que transcurre para el espectador). Ambos tiempos existen, independientemente de la corriente o teoría literaria o dramática desde que se les examine e independientemente también del nombre que se les de.
El tiempo objetivo transcurre inexorablemente y al mismo ritmo sobre todos los asistentes, en este caso, al evento dramático. Si bien este ha variado con el paso del tiempo, tanto dramaturgos como actores se percatan cuando el público siente que la obra es o demasiado extensa o demasiado corta. Aunque si bien hay un límite, que no excedería sin temor las 5 horas, esta sensación de tiempo objetivo se ve intensamente influenciada por el paso del tiempo subjetivo en escena, si bien no de manera directa. De hecho el que el paso del tiempo se haga eterno o vertiginosos para el espectador depende, según una impresión absolutamente personal, de la intensidad de la puesta en escena y de qué tanto de esa intensidad se le transmite al público.
De cualquier forma el paso del tiempo objetivo es, irónicamente por el nombre y física del asunto, una sensación absolutamente personal, muy difícil de analizarse desde el texto de una obra. Sin embargo es muy factible y fácil discernir el paso del tiempo subjetivo a través del texto, las coordenadas están marcadas y, en muchos casos no hace más falta que seguirlas para encontrar el ritmo y cadencia que el dramaturgo quería plasmar al momento de la representación de su texto.
Esto no sucede con El Balcón de Genet. A simple vista la acción transcurre en un solo día y su noche. Incluso, y ahí está la trampa, llega a hacer que uno de los personajes, el Jefe de Policía lo diga hacia el final de la obra: “en esta noche...”, la escena entre Chantal y Rogelio claramente acontece a lo largo de una sola noche, hasta que llegan a separarse. Sin embargo esto constituye una trampa porque dentro de la ritualidad de las escenas de representación dentro de la representación, el tiempo también transcurre. Y no solo transcurre para los personajes, sino también para los actores que, dentro de la misma escena, se transforman y cambian los unos en los otros. Estos cambios que implican transformaciones completas en los personajes (citemos únicamente como ejemplo los respectivos cambios del General y del Obispo) no son gratuitos ni deberían ser sencillos. Sin embargo este es el juego que Genet hace con el tiempo en El Balcón, como será explicado a continuación.
Primero se nos presenta un escenario que se transforma, que rota, en el que los personajes se congregan y se confunden, se transforman y actúan entre sí. Es un espacio del que nunca se ve la entrada, ni la salida desde dentro, a pesar de la rotación. El contacto con el mundo es el mismo balcón que da nombre a la obra, desde donde entran los rumores del avance de la guerra y el sonido de las metralletas. Es el mismo transcurso del tiempo fuera de lo que vemos en el escenario lo que da la sensación de un universo vertiginosos que se contrae sobre sí mismo. Tenemos la sensación de que todo pasa muy rápido, de que el constante cambio de escenarios es prueba de ello, que, incluso, como participantes directos de los sucesos en la escena, la guerra se nos viene encima. Sin embargo el tiempo que percibimos como lo que pasa en escena no es, esencialmente, el que transcurre para los personajes, necesariamente.
Cuando los personajes de Genet hablan del pasado o del futuro, lo hacen sin pretensiones exactas de temporalidad. Por ejemplo, cuando Irma pregunta a Carmen qué fue de Chantal, no queda claro nunca si el momento de partida ha sido apenas antes o si ocurrió hace mucho tiempo. Ambas respuestas son correctas, ambas son factibles y ambas encajan dentro del esquema de la obra a perfección. Y lo mismo sucede con la llegada del Jefe de Policía, puede ocurrir simultáneamente a todo, incluso, tal y como Genet quiere hacer sentir al espectador que ocurren las cosas dentro de la casa, con Irma vigilando todo lo que acontece cada segundo dentro de sus dominios.
La sensación de que todo se viene encima y al mismo tiempo no sabemos cuándo ocurrió o va a ocurrir alcanza su punto culminante al momento de el fin del primer acto con el telón. Sabemos que la caída de la Reina no tardará en ocurrir, o al menos lo intuimos, y sin embargo no sabemos si exactamente pasará al momento de que inicie al segundo acto, o si al final de la obra. Resulta ser que la caída de la Reina no ocurre sino a la mitad del segundo acto, la acción en sí no es importante puesto que esta no transcurre ni en escena ni en el espacio subjetivo del burdel, sino en un espacio que solo nos es narrado. De ahí el gran juego con el tiempo que hace Genet con la obra y que, sin un análisis profundo, pasaría desapercibido: el tiempo en El Balcón es un tiempo narrado. La mayoría de las veces no vemos que pase, aunque lo parezca. Me explico con mayor claridad: con mayor razón en las escenas donde vemos transformación de los personajes y tenemos la sensación de tiempo que pasa, la ilusión está funcionando.
Las escenas, en su gran mayoría, son estáticas, son cuadros fijos que necesitan terminar para que el tiempo global avance. El paso del tiempo verdadero es una narración que hacen, sobre todo, los personajes principales: Irma, el Jefe de policía y Carmen. Así, la invasión completa de una ciudad, la caída de una Reina, los rituales realizados día con día en el burdel, el pasado y futuro amoroso y personificado de los personajes se sintetiza en las escenas dentro de la casa. Lo que el espectador ve es una representación de la síntesis dentro de las cabezas de los personajes que se representan a sí mismos.
En realidad, los únicos personajes que están en tiempo real y que lo representan “rápido” pero en “cámara lenta” según las propias acotaciones, son los tres muchachos: La Sangre, Las Lágrimas y El Esperma. Las pistas para ver esto son pocas, e incluso se podrían llegar a sobreinterpretar, sin embargo es de notar las siguientes dos escenas: cuando interactúan con Irma, está se mete dentro de su sueño para hablarles, siendo esta la única escena donde hay una dislocación del tiempo subjetivo sin un cambio de escena o de escenario; la otra escena es cuando los tres muchachos hablan con el Jefe de la Policía, lo cual parecería desmentir la afirmación anterior, pero sólo si obviamos las cámaras fotográficas. Las cámaras están ahí no por casualidad, nada está por casualidad, las cámaras son sinónimos de instantes de tiempo capturado. Los tres muchachos, en esta escena, superan su capacidad simbólica puramente alegórica para convertirse en una imagen, literalmente, del tiempo congelado.
El tiempo congelado no sale sobrando de ninguna forma si nos volvemos a meter con la idea ritual. Por los rituales no pasa el tiempo, estos deben permanecer iguales por siempre, para alcanzar su objetivo: aunque se sigan realizando o no, los rituales deben permenecer iguales al menos en la memoria de quien oye hablar de ellos o los presenció alguna vez. El sentido de un ritual es poderse repetir, y de una forma solemne además. Guardar las formas rituales es lo único que lo distingue de convertirse en una simple costumbre. Es necesariamente la repetición (a lo largo de largos o cortos períodos de tiempo, siempre con las mismas personas o con distintas, no importa) lo que le da y quita sentido al ritual. Esta es, sin duda, por las características de interpretación desdoblada y repetitiva de los personajes, una obra ritual muy bien lograda. Sería muy ingenuo pensar que Genet no sabía qué era lo que estaba haciendo con el tiempo en ella.