blurblog en newsblur

27.4.09

Sobre la influenza y Doce monos

Cuando se estrenó Doce monos tenía como 16 años y la fui a ver a un cine que ya no existe. Recuerdo que iba acompañado de la que entonces era mi novia y en realidad íbamos al cine a besarnos, más que a ver la cinta. Hasta ahí todo bien, sin embargo, y no me dejarán mentir aquellos que también sean cuatro ojos, ir al cine a besarse con la novia y ver la película cuando uno necesita anteojos es casi imposible. Así las cosas, como la película estaba realmente buena y estaba muy interesado en besar a la novia también, cada cinco minutos tenía que limpiar los vidrios de mis gafas para poder seguir la acción en pantalla.



Los que la han visto recordarán que hay una escena clave: cuando el padre del personaje que interpreta Brad Pitt está en su laboratorio y vemos por primera vez al científico loco que va a soltar el virus, que es uno de los trabajadores del lugar. Pues bien, justo tuve que limpiarme los lentes antes de esa escena y como consecuencia, cuando al final se revela la identidad del verdadero culpable, no supe de quién se trataba y me sentí engañado. De hecho, sólo hasta que la pude volver a ver años después entendí del todo qué era lo que había pasado.

En realidad lo que me ocurrió no es consecuencia de un problema de percepción, sino de un ejercicio de narrativa: la película no se trata de encontrar al verdadero culpable de la epidemia, sino de explicar la vida del personaje que interpreta Bruce Willis, explicar quién es el narrador (¿la voz que escucha en su cabeza?), y por qué es esencial su existencia para el mundo que lo rodea. ¿Cómo? Dejándonos ver que la confusión es inevitable si se vive circularmente como lo hace el personaje.

El que al final se explique de dónde salió el virus no es un problema de verosimilitud, sino de catársis: deja escapar la tensión de los espectadores, quienes en realidad no pueden "tornar las páginas" para volver a analizar un fragmento de la película y darse cuenta de qué era exactamente lo que estaba pasando. El texto subyacente, lo que en verdad es valioso de la película, puede perfectamente prescindir de la explicación apocalíptica y estoy seguro de que esa era la intención original. También puedo entender las razones por las que no se haya hecho de ese modo: la desazón causada por un final así puede ser tan angustiosa como la causada por una verdadera epidemia.

Y es que las verdaderas epidemias no tienen sentido, ni causante único. Por eso Doce monos trata de todo menos de doce monos. Las catástrofes, aún las ficticias, son como el colapso de la economía, ¿a quién echarle la culpa? Claro que siempre habrá chivos expiatorios, y esas pequeñas catarsis resuelven las tensiones de la angustia y la histeria colectiva poco a poco, aunque la enfermedad no sea paliada, como sucedía con las brujas y los gatos durante la peste negra. No obstante, y a pesar de que la muerte y destrucción estén rampantes, son las experiencias creadas en torno a la catástrofe lo que en verdad permanece. Recordemos, si no, el Decamerón, el teatro isabelino.

¿Acabará la influenza porcina con nuestra civilización tal como ocurre en Doce monos? ¿Se expandirá como una ruta de vuelo: "Woooo-eeee. San Francisco, New Orleans, Rio de Janeiro, Rome, Kinshasa, Karachi, Bangkok, Peking! That's some trip you're taking, sir. All in one week!"? Las probabilidades son muy pocas, cierto, pero con menos probabilidades todos los días cientos de millones de personas compran billetes de lotería. Así que ya saben: si por estos días aparece un hombre que dice que viene del futuro y que hay que quemar las granjas de cerdos y los bancos, no lo tachen de loco tan rápido: puede ser Bruce Willis.

1 comentario:

arboltsef dijo...

Me encanta esa película, por cierto.

Ver como mueres, y cómo ese evento maneja al personaje como un muñeco de trapo, esta cabrón.