blurblog en newsblur

31.8.05

Naranja

Desde que su esposa lo abandonó una noche, Harry Lubse tomó una rutina a la que se ajustaba todos los días y que, aseguraba a cada cliente que tenía, le permitía no pensar en aquella perra malagradecida que se había ido para nunca volver, a pesar de que todavía la amaba. Por las mañanas se lavaba la cara, las axilas y los dientes, tomaba un poco de jugo reconstituido con aroma y sabor a mandarina que compraba en el supermercado, se ponía su mono de trabajo color naranja, tomaba sus guantes y salía a abrir el taller mecánico que desde hacía tantos años tenía en un terreno junto a su casa. Una vez ahí limpiaba sus anaranjadas herramientas cuidadosamente para después abrir el cofre de alguno de los automóviles que estuvieran pendientes de trabajo.
Cada dos horas y media, exactamente, se tomaba un pequeño descanso para ir al baño, comer un pan con arenque y fumarse un cigarro. Después proseguía con el trabajo, que generalmente acababa a altas horas de la noche, cuando se dedicaba a darse un largísimo baño con espuma y agua muy caliente. Además de hablar de su esposa con quien se dejara, Harry Lubse también hablaba, mientras ajustaba una bujía o revisaba una manguera, de cuando era joven, muy joven, y jugaba futbol de manera profesional en el PSV Eindhoven, de delantero, y de cómo, en el 75, fue convocado a jugar en la Selección Nacional Holandesa, a la que pertenecía cuando su país quedó en segundo lugar, en la Copa del Mundo del 78. Lo que el señor Lubse no narraba nunca era que sólo visitó el terreno durante un solo partido mientras estaba con la selección, puesto que él era el cuarto reemplazo de los delanteros titulares, ni tampoco contaba cómo después de dicho mundial su carrera futbolística se esfumó, debido a una lesión, tan rápido que de Harry Lubse no hubo quién se acordara más.
La mañana en que se acabó su rutina, Harry estaba examinando los amortiguadores naranjas de un automóvil color cobre sostenido sobre su cabeza en una plataforma hidráulica, cuando escuchó que de detrás de él provenía una voz familiar que lo llamaba. El señor Lubse quitó su mirada de los soportes del automóvil y, asombrado, reconoció, dentro de un vestido naranja, a su esposa, aquella perra malagradecida, en el umbral del taller. La sorpresa fue tanta que soltó la pesada llave de tuercas anaranjada que tenía en la mano, la cual cayó sobre su pie, haciéndolo pegar un salto hacia un lado, con tan mala suerte que pisó una mancha de aceite y perdió el suelo. Trató desesperadamente de asirse de algo para no caer y su mano derecha encontró la palanca de la plataforma hidráulica. El jalón liberó el automóvil, el cual cayó sobre Harry Lubse, quien ya estaba en el suelo, y la defensa delantera hizo impacto justo encima de la raya que el mono de trabajo naranja del ex-seleccionado holandés identificaba como su cintura.
La esposa fue acusada de homicidio involuntario, pero salió libre.

No hay comentarios.: