"Similem habent labra lactutam"
San Jerónimo, Epístolas, VII, 5
I.
En el mundo vegetal existen lugares de esparcimiento para los sujetos adultos (maduros), en los que se sirve sake, se proyectan películas sobre las abejas y las flores (a veces se censura el polen) y hay espectáculos de desnudismo. Entre las más solicitadas para este tipo de show están las margaritas, que poco a poco se quitan sus pétalos, las alcachofas, que al final cubren su corazón sólo con breves protuberancias, y las lechugas. Estas últimas son las más escasas: mientras sensualmente se despojan de sus hojas va quedando cada vez menos, hasta que, en un acto final de sensualidad, desaparecen por completo.
II.
La Sociedad de Hojas Verdes llevó a juicio plenario a la Lechuga, puesto que descubrieron había especies de ésta que NO eran del todo verdes. Gran escándalo. A la comparecencia atendieron miembros de otras sociedades, como la de los Tubérculos Paposos y la de Frutas Rojas. La Lechuga, en su defensa, alegaba que no era algo que ella hiciera por elección. Sin embargo, el juicio sumario del Juez Pepino y del Jurado (compuesto por cinco Apios, una Espinaca y tres Berros), dictaminó la expulsión de la Lechuga, quien tristemente no tuvo opción mas que afiliarse al grupo de Plantas Comestibles que no se Parecen a Ninguna Otra, junto con la Berenjena, el Durian y el Gengibre.
III.
Casi al final de los tiempos los países subdesarrollados del mundo fueron invadidos por el ataque de las lechugas asesinas. Enormes y lentos, los mortíferos vegetales caminaban por las calles, destruyendo edificios y monumentos, aplastando a todo lo que se pusiera en su camino. Iban en busca de todo aquel llamado César, de preferencia que se apellidara Mil Islas. La invasión terminó cuando algún alma caritativa donó dos toneladas de aderezo tipo Ranch, y la población de humanos que quedaba se dedicó a calmadamente mascar y digerir la amenaza. Los tomates asesinos, invasores de los países desarrollados, no parecen haber tenido mejor suerte.
IV.
Un grupo de científicos descubrió y logró sintetizar el extracto exacto de la parte de las lechugas que induce al sueño, y lo vendió en forma de gotas para dormir. Tuvo lugar entonces una revolución inusitada en la forma en la que los hombres dormían: debido a sus benéficas capacidades y a que el extracto de lechuga no impedía despertar, se usaban un par de gotas para dormir toda la noche, o una siesta de diez minutos, y el temido insomnio parecía ya ser cosa del pasado. Sólo que el extracto, hecho de lechugas orejonas, provocaba el crecimiento de las orejas en los que lo tomaban, a veces hasta en un 2000%, y por ello se abandonó la práctica para siempre.
V.
La instalación del artista conceptual era muy simple: una alberca olímpica vacía por completo de agua, pero llena de lechugas de todos tipos, tamaños y colores con la cantidad exacta de vinagre, vinagreta, aceite y aderezos. Al frente, trampolines: dos, tres, cinco y diez metros.
La ensalada humana, le llamó. Era bastante divertido aventarse, siempre que uno evitase caer sobre los duros crutones.
VI.
Caminando por los campos, Jerónimo vio a un burro comiendo lechuga. Era tal su forma de mascarla que no pudo menos que seguirlo mirando: parecía que sus labios se extendían hasta las hojas del vegetal, que se movían a su unísono, cual si se tratase de largos labios verdes. “Una cosa por otra,” pensó el santo, y siguió su camino.