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23.10.10

Alí

Un encargo me llevó hasta la oficina de Alí. Martí me dijo que le había dejado un manuscrito que necesitaba revisar, así que me encargó entrar y buscarlo. Su oficina estaba a unos metros escasos de donde estaba mi diminuto y recién asignado cubículo. 
     Lo primero que llamaba la atención era que no había ni rastro de computadora ni nada similar sobre su escritorio. Una pila de papeles, tres lupas, cada una más imposiblemente grande que la anterior, una vieja máquina de escribir, pilas y pilas de papeles, muchísimos libros. Entre ellos: manuales de edición antiquísimos, la biblia en varias ediciones, varias interpretaciones de la biblia, varios libros lúbricos, algunas fotos con personajes ya fallecidos. En un anaquel, el vergómetro: una regla para medir la hombría, por así decirlo. El manuscrito que había ido a buscar no estaba, así que tuve que volver al día siguiente a preguntarle. 
     —Éste es un marica, un puto —me dijo acerca del autor del manuscrito que iba a buscar—, un cobarde además. Poco hombre. ¿Cómo puede decir estas cosas acerca de gente que no conoció? 
     El libro era sobre los Contemporáneos, y Alí tenía ideas muy definidas acerca de lo que eras a partir de lo que escribías: ¿escribías sobre él?: puto; ¿sobre gente que él conocía o había conocido?: marica; ¿de libros que a él le gustaban?: puñal. Pero si escribías poesía, narrativa o ensayo, así, sin más pretensiones que escribir, entonces lo peor que podía pasarte es que Alí no dijera nada. No importaba tu edad, tu estilo, tus influencias, tus aspiraciones: Alí sólo juzgaba tus palabras. A mí mismo, un muchacho que empezaba en el oficio, casi sesenta años menor que él, siempre me trató bien. Sólo cuando decía alguna tontería se quedaba callado. Era momento de irse. Decir nada era su modo de decir que no le había gustado. Temible: el silencio de medio siglo de experiencia corrigiendo y dictaminando, cayendo sobre tus palabras, tus comentarios, sobre aquel, ahora imposible de publicar, libro.
    Lo que más le molestaba, me dijo alguna vez, de mis visitas, era que le quitaba tiempo de ver pasar a las muchachas frente a su oficina. Las piernas de las muchachas, para ser exacto. Alguna vez lo cambiaron de piso a uno con una oficina más grande, con más luz y más tranquilo, para que pudiera leer. Al mes pidió que lo cambiaran de nuevo de sitio: todo eso estaba muy bien, pero casi nadie trabajaba en aquel piso, y extrañaba ver las piernas de las muchachas al pasar.
     En total, habré ido a escucharlo unas 30 o 40 veces. Digo a escucharlo porque con Alí no se discutía. Le dejaba algunos manuscritos que me llegaban para dictaminarse, le preguntaba si en un mes o así tendría tiempo de estudiarlos y leerlos, cuidadosamente, con sus lupas, y luego volvía a su oficina en la fecha de la cita. Muchas veces me los devolvía sin decir nada: un rechazo total. Algunas veces tenía buenas cosas que decir respecto de los libros: estaba bien escrito, el muchacho se esforzaba, le faltaba trabajo pero iba bien. Otras, las más divertidas, el autor había escrito sobre algo que él sabía o conocía y entonces se le llenaba la boca de insultos. El mejor que le escuché: "este es un puto maricón de mierda al que no se le para ni con pegamento", sobre alguien que escribió acerca del Ateneo de la Juventud. 
     Una vez encontré un ejemplar de la revista El hijo pródigo de 1944 en una librería de viejo, con un poema suyo poco conocido, y se lo llevé a que me lo firmara. Estuvo hablándome de la revista y de la época una buena media hora, sonriendo mucho, tratando de acordarse de los nombres de la gente. Esa vez también me contó cómo alguna vez lo habían acusado de robarse el papel de la oficina y cómo les había mentado la madre a todos. Me contó de su colección de libros, casi cuarenta mil, y cómo había que cuidarlos de sus hijos y nietos porque se los pedían prestados y no los devolvían. Me firmó la revista, junto al poema.
     La última vez que lo visité en su oficina, y que lo vi, fue para pedirle algún inédito. Sólo tres libros de poesía y uno de crítica literaria en noventa años hacían que me comieran las ansias de editarle (a él, el mítico editor) algo nuevo. Martí me había dicho que, estaba seguro, Alí tenía un cajón lleno de poemas inéditos, y yo quería al menos uno. Así que entré a su oficina y le pedí alguna cosa nueva, aunque fuera un poema, para acompañar una antología que preparábamos.
     —Ya estoy muy viejo para andar publicando poesías, muchacho —me dijo—, además, hace mucho que no tengo nada ya. ¿Por qué no publicas algo que valga la pena de algún poeta joven, mejor? No te puedo dar nada...
    Sin poema nuevo, publicamos la antología. Escribí la cuarta del libro y me mandó decir que le había gustado mucho. Luego estuvo muy enfermo. No volvió a su oficina, que se quedó con las lupas, esperándolo. Buen camino, Alí. Buen camino.

Alí Chumacero. Atrás, Carlos Mapes; derecha, Martí Soler.

13.10.10

¿por qué no hay competencias en triciclos? ¿por qué no hay triciclismo olímpico?

¿Cuál es la diferencia entre competir en bicicleta y en triciclo? Si lo piensas bien, no tiene lógica. Es lo mismo, sólo que con una rueda más. ¡Basta de discriminar al triciclo!

Un triciclo rojo, olímpico.

8.10.10

fail @periodiconmx ¿no les alcanzará para contratar correctores?

Publicidad fallida del periódico El Nuevo Mexicano