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22.8.16

Morir cuerdo y vivir loco

El 20 de agosto de 2016 fue un día fatídico.

Esa noche, en Kingston, Ontario, Canadá, se llevó a cabo una celebración agridulce. The Tragically Hip, probablemente la banda de rock más icónica de Canadá, en activo desde 1984, celebró el que sería su último concierto. No habría más: en mayo de este año su líder, vocalista y compositor, Gord Downie, había hecho un anuncio triple: sacarían a la luz un último álbum, Man Machine Poem, y saldrían de gira por última vez para promocionar el disco, puesto que le acababan de diagnosticar un cáncer cerebral, terminal e inoperable. El último adiós de la banda sería en esa fecha, a las 8 de la noche, sin prórroga.


En el horario señalado se congregaron todos los fanáticos afortunados con boleto en el lugar, pero también fanáticos del resto de Canadá y de todo el mundo se conectaron gratis, a través de la CBC por televisión e internet, a la transmisión en vivo. El acontecimiento de casi tres horas, que llevó el título de A National Celebration, contó con la presencia, entre muchos otros invitados, del Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. El emotivo final, con Gord llorando al final del clásico "Grace, Too", es conmovedor hasta los huesos, sea uno fan o no de la música de la banda: es la emoción de ver la despedida de un artista de su público, de su país, de sus compañeros en la agrupación, de su familia, de su vida misma.



Poco más de doce horas antes de que comenzara aquel concierto en Canadá, a 3,500 kilómetros de distancia, en las horas de la madrugada generalmente tranquilas de la ciudad de Querétaro, México, fallecía a los 47 años Ignacio Padilla como consecuencia de un incomprensible y absurdo accidente automovilístico.

Nacho, quien no dejó ni un sólo premio literario sin ganar y que, cosa increíble en el mundillo de la literatura mexicana, tampoco dejó enemigos frustrados por su repentino fallecimiento, era muchas cosas: un escritor privilegiado y excepcional, un orfebre de la lengua y de la palabra, un excelente catedrático, un erudito de varios temas, un melómano, cinéfilo y teléfilo de gustos amplios, un fumador empedernido, un padre cariñoso, un conversador nato, un chismoso sin remedio, un orgulloso zurdo y un perpetuo multitasker que habría sonreído al leer tal descripción. Sobre todo, Nacho era mi amigo, como lo fue de tantos editores, escritores, alumnos, colegas y lectores con quien se cruzó. Quiero pensar que me tenía cierto cariño; yo ciertamente se lo tenía. Nacho se fue de pronto y me dejó con planes y proyectos inconclusos sobre el cine en México, sobre planes de estudios de carreras técnicas y diplomados, sobre cursos de retórica, sobre proyectos de edición literaria y de investigación; me regaló un prólogo, yo le regalé un cuento. No quiero adueñarme de la pérdida de Nacho, ni mucho menos; al contrario, pienso que el vacío que deja en mi vida palidece si se compara con el que deja en su lugar de trabajo, en su labor literaria, en su labor docente y, sobre todo, entre sus amigos de toda la vida, sus familiares e hijos.


Un pequeño consuelo: Nacho no se fue sin saber qué tanto y cuántos lo estimábamos. Apenas unas semanas antes de su fallecimiento le habían realizado un homenaje en Bellas Artes centrado en su trayectoria literaria; apenas seis meses antes se había llevado a cabo la celebración de su nombramiento como el miembro número más joven de la Academia Mexicana de la Lengua; hacía apenas un año o dos que su alma mater, la Universidad Iberoamericana, le había ofrecido un homenaje por su labor académica y de difusión de la literatura infantil y juvenil, además de por su trabajo como escritor. Sin embargo, a diferencia del cantante canadiense, Nacho se fue sin despedirse. Simplemente no hubo tiempo.

¿Qué es más doloroso, una partida anunciada y paulatina pero inexorable, o una súbita y absurda, igual de incomprensible? ¿Qué es preferible; para el difunto, para sus seres queridos, para sus dolientes?

Durante la misa de cuerpo presente celebrada durante las exequias de Nacho no podía dejar de pensar en el paralelismo de la liturgia y del concierto: al final la ceremonia no es del oficiante o de su objeto, sino de los asistentes. Las pompas, en estos casos fúnebres, son para los vivos. Y así también me percaté de una verdad escondida detrás de la promesa de la resurrección del cristianismo: lo verdaderamente valiente, en su etimología más profunda, no es esperar el perdón y la vida eterna, sino abordar la vida con locura y enfrentar sus consecuencias con cordura. Aunque lo tengamos prometido, y todos lo tenemos prometido, no sabemos ni la hora ni el día; el único modo de dar la vuelta al vértigo es atreverse. Así Cervantes, así Jesús, así Shakespeare, así Gord, así Nacho. Buen camino.



16.7.15

Comprar un libro o comprar un coche

A primera vista la disyuntiva es sencilla: en un momento cualquiera, puestos entre comprar un libro o un coche, la mayoría de la gente elegiría un libro; no porque no quieran un coche, sino por el costo de adquirir uno y otro objeto. Pero México es un país de sorpresas, muchas sorpresas, y de pocos libros, muy pocos.

Desde hace algunos años (casi 6 ya, qué miedo) he utilizado en mis clases de trabajo editorial una comparación que, pienso* es efectiva para provocar que los alumnos se pongan a pensar en los libros como objeto y como contenido, en el espacio que ocupan en sus vidas, en la sociedad y en el mundo físico, de quién vive de, para y con los libros. Es una comparación que funciona por varias razones, entre ellas la imposibilidad de imaginarse el mundo moderno sin lo que ambas invenciones han traído al entorno, no sólo como consecuencias directas, sino como derivados, y no sólo en cada persona, sino también desde el punto de vista social, estético, ecológico, económico.

Un punto de comparación que utilizo es el tiempo de uso contra el tiempo de vida útil. En este aspecto, los coches y los libros se parecen mucho: ambos objetos de consumo no se acaban con un uso, sólo con el uso reiterado con poco mantenimiento, y ambos pasan la mayor parte de sus vidas útiles simplemente almacenados: en una estantería unos y en un estacionamiento los otros. Y no obstante esto, cuando compramos un coche o un libro no pensamos en el tiempo que pasarán en el librero o bajo el rayo del sol apagados, sino en la posibilidad de aprendizaje, pasatiempo, ¿felicidad? y movimiento que nos permitirían alcanzar.

Y no pensamos en ello, porque es desolador: incluso un coche muy usado, un taxi, pasará sólo 8 o 10 horas diarias circulando y 14 o 16 (el doble), quieto; un libro muy utilizado, un diccionario, puede que sea utilizado una vez al día o dos, un par de minutos, el resto la pasará en el anaquel. El costo de almacenar (y mantener) libros, y coches, es altísimo, tanto para el que los vende como para el que los compra; el valor de reventa es bajísimo comparativamente a su precio de venta nuevos, en ambos casos también.

Pues bien hay otra comparación, una de la que los libros no salen bien parados: según cifras de 2005 del Conaculta** y de la AMIA y de la AMDA, en México se vendieron 157,400,809 ejemplares de libros de 126,353 títulos; se vendieron también 713,379 coches (sólo autos y camionetas, no "comerciales" o de carga) de 258 modelos disponibles ese año. A primera vista parece que no hay comparación: son 1.43 libros por persona y apenas .006 autos por persona en México. Pero si lo pensamos en términos de producción contra ventas, la cosa cambia tremendamente: en 2005 se vendieron 2,765 coches de cada modelo disponible en el mercado y 1,245 ejemplares de cada título disponible en el mercado.

Incluso sin tomar en cuenta que:

  1. en realidad la gran mayoría los que habían comprado un coche en 2004 difícilmente compraron otro nuevo en 2005;
  2. que los más de 126 mil títulos asequibles en 2005 incluyen los de años anteriores de producción (puesto que ese año la industria editorial en México sólo produjo 16,662 títulos);
  3. y que el costo de un coche supera mil veces el costo de un libro,

se puede ver a simple vista que vender libros en México es un pésimo negocio: incluso con intereses, es más fácil vender un coche que un libro en este país. Debe ser la falta de interés, pero del otro tipo.

Ya quisiera el autor mexicano más vendido en México vender tanto como un Nissan Tsuru, que desde 1984 está entre el más vendido y producido en el país.

Yo pensaba que la comparación no daba para más (por ejemplo, cuando uno quiere un libro determinado no hay sustituto [nadie compra Aura por querer leer a Harry Potter], y generalmente da lo mismo qué coche se tenga o de qué color sea para la mayoría de sus funciones). Pues sí.


*Hay quien dice que no se aprende nada en mis clases, supongo que a ellos y ellas no les parecerá tan buena mi comparación. Ni modo.
**No hay cifras más actuales disponibles de parte del Conaculta, que publicaba las de la Caniem (restringidas por pago) en un reporte bienal hasta 2006.

10.11.14

43 x 49

Hace unos días que me da por ver a mis hijos con otra luz. ¿Qué clase de explicaciones les debo del estado del país en donde viven? ¿Cómo inculcarles el orgullo, el amor por sus raíces, por su herencia, por magra que sea, por su patria, su historia, su devenir, sin que se note que al decirlo estoy pensando que no hay nada que me gustaría más que conseguir un trabajo en otro país a donde llevármelos y donde pueda sentir que están seguros al salir a la calle? ¿Cómo hacer para que no den por hecho lo que tienen y que cuando sean adultos no solo no despilfarren sino que cuiden y procuren de lo y los que los rodean sin que se note que en el que se los inculca y se los pide el cansancio, la desazón, la pena y la vergüenza?
¿Qué se puede hacer? ¿Qué?

Ya no puedo excusarme detrás de la juventud, no podría decirles, cuando me lo pregunten, sin sonrojarme, que no había nada por hacer, que no tenía ni edad ni madurez suficiente para hacer algo. Trabajé más de 7 años directamente para una dependencia del gobierno federal, ocupé un cargo público visible y auditable, y lo más que hice fue no robarme nada y renunciar o dejar que me renunciaran, a decir de uno de los mandos superiores, "te vas porque quieres, porque según tú no estás de acuerdo con el régimen, pero te equivocas porque sigue siendo el mismo". Tampoco estaba de acuerdo con las políticas del partido anterior, ni con el actual, pero es tan poco como gesto que no sabría decir si es o no es un gesto siquiera, una mueca.
¿Es suficiente decir que no pudiste hacer más?
Creo que no.

Una de las últimas veces que conviví con mi abuelo materno fue cuando me acompañó al Ministerio Público a levantar un acta por un choque: una camioneta se impactó contra mi auto una noche y se dio a la fuga. Mi abuelo, un abogado de otros tiempos, luego de salir de ahí, me entregó unos billetes: para que repongas lo de las mordidas, y yo, ¿cuáles mordidas?, ¿no les diste dinero a los del MP?, me preguntó y yo: no, ¿no es un trámite gratuito? Él se rió, y le dijo a mi mamá que estaba orgulloso, pero confundido.
¿Es suficiente no prestarse a la corrupción?
Creo que no.

Me ha dado, desde joven, por escribir cuentos, muchas veces malos, sobre cosas sin consecuencia. Ni aunque quisiera podría escribir nada que fuera en son de protesta sin sentirme falso. El otro día escuchaba el radio y, sin querer, por azar, porque nunca escucho el radio, entrevistaban a un querido amigo escritor y él decía: no voy a cambiar los personajes de la novela que estoy escribiendo para que el horror y la barbarie se puedan integrar a sus páginas. Y sí, tal vez tiene razón. No se puede detener todo sólo por la indignación. Y aunque sí lo hiciera, y lo hiciéramos, no ganaríamos nada mas que fechar lo que escribimos.
¿Son suficientes las palabras escritas o gritadas o cantadas?
Creo que no.

Hace poco más de dos años me levantaba los fines de semana y dejaba a mis bebés para ir a marchar al centro. 131 alumnos de la universidad en donde doy clases, algunos en mi grupo, habían levantado la voz y sentía que no podía dejarlos solos. En una de esas marchas varios llevaban pancartas con los nombres y las fotos de los 49 niños fallecidos en el incendio negligente y absurdo de una guardería entonces 3 años antes, hoy hace ya cinco años. Cómo cambian los hijos las sensibilidades. No pude dar un paso más, caminé hacia el metrobús y me puse a ver la ventana, procurando que no se me notara que tenía que regresar a ver a mis bebés en ese instante sin que me importara ya la marcha ni nada más.
¿Es suficiente marchar o no marchar, con indignación o con tristeza?
Creo que no.

Si multiplicamos 43 por 49 el resultado es 2058. En ese año yo, nacido en 1979, tendré 79 años. No quiero llegar hasta esa edad y sentir que no hubo nada más que hacer, pero juro que ya no me da la cabeza. No se me ocurre ninguna salida, ninguna solución. Pero es todavía peor, porque si multiplicamos la pena de los padres, amigos y familias al haber perdido a 43 estudiantes y a 49 bebés, por la mano del estado, ya sea por omisión o lo que sea, entonces no alcanzaría ni hasta el año 5014 para resarcir la pena.
¿Qué se puede hacer? ¿Qué?

5.9.14

Colofón(do)

Escribe Rafael Pérez Gay en Milenio, hoy, sobre el FCE. A diferencia de Zuckermann, de quien no diré más, y mucho menos sobre su quejumbrosísima nota final al despeñadero al que él mismo se arrimó, a Pérez Gay sí se le nota que sabe de lo que está hablando. Su hermano, el Maestro José María Pérez Gay fue, durante muchos años, miembro destacado del comité interno de literatura del FCE, y supongo que algún conocimiento habrán compartido al respecto, además de ser, él mismo y por su propio mérito, editor, escritor, investigador.

Esta es una breve nota y voy por puntos. No hay mucho que rebatirle o anotarle a Pérez Gay [RPG], tal vez un par de cosas que añadir o aclarar.

1. Estoy de acuerdo con RPG en que el país no necesita un estado editor tal como está ahora. El problema, (creo que de acuerdo de nuevo con RPG, no es muy claro su texto en ese sentido), no es el FCE, sino las muchas, muchísimas, instancias editoriales cuya finalidad es a veces desconocida, que dependen del estado y de los estados: los museos y recintos, los institutos, las subdirecciones, los programas; y los consejos estatales, cada uno con programas, subdirecciones, institutos y museos y recintos (31 x 31 x 31 x ...).

2. RPG no menciona a la UNAM, que, en conjunto, debe ser la editorial pública, aunque autónoma, más grande del país. No la menciona, supongo, porque se necesitaría ser muy bruto (te estoy viendo, Zuckermann) para cuestionarse si vale la pena que las universidades publiquen los libros que son el resultado directo o indirecto de sus procesos docentes, administrativos y académicos. El problema de la UNAM, que sí tiene muchos libros embodegados con nula o escasa red de distribución, una de las quejas principales del texto de RPG, es de otra índole y tiene que ver con sindicatos, legislación interna y presupuestos, no con la finalidad de sus libros. Nadie en el mundo pensaría en desparecer Oxford Univeristy Press, por ejemplo, por más que sus libros estén subsidiados.

3. El problema, al que apunta claramente RPG, está en el quid del FCE. Por un lado no es una instancia académica en sí, y por el otro tampoco es el merequetengue de la idea de publicar libros del Conaculta. Se pregunta RPG si el estado "debe" ser guardián de la memoria y cultura del país. Supongo que sí. Por ejemplo: se podría pensar en que hubiera una instancia editorial que cobijara aquellas obras de autores que, por el hueco infame de 100 años que contempla la Ley Federal del Derecho de Autor, se han quedado abandonadas al no tener sus autores, fallecidos, herederos comprobables ante la ley. Autores en este limbo (y sus obras) hay más de un centenar; pongamos como ejemplo el caso de Rubén Salazar Mallén, que no se publica porque sus derechos están vigentes y no tiene quien firme un contrato de edición para sus obras. Estas obras huérfanas se quedan al amparo del Instituto Nacional de Derechos de Autor que tendría la facultad de cobrar y resguardar, en nombre de un heredero que tal vez apareciera después, por su explotación. Sólo que el mismo Instituto no es una editorial. ¡Ah!, si tan sólo hubiera una instancia editorial del estado, académicamente independiente y descentralizada, cuya finalidad fuera publicar las obras de autores mexicanos y latinoamericanos que otras instancias privadas no podrían o querrían publicar, para difundir la cultura nacional y latinoamericana en todo el mundo... ¡caramba, qué coincidencia!

3a. Entonces, brevemente, no haría falta que el FCE justifique más su existencia (ni por un "deber" estatal, ni por el presupuesto o lo que sea) siempre y cuando cumpliera sus estatutos y misión. Cosa que no están haciendo los que hoy la dirigen. Esto no es nuevo: ya antes se ha incumplido por libros y momentos, pero no he hallado un lapso en su historia en que se haya hecho a un lado la ontología de la entidad de manera tan descarada y persistente como ahora.

4. RPG dice que no hay red de distribución para los libros y que por eso es un despilfarro hacer tantos, y que tampoco se hace un esfuerzo por devolver el dinero invertido. Esto es engañoso, aquí el balance está entre si se hacen muchos libros para bajar el costo de cada ejemplar, lo cual resulta tarde o temprano en libros embodegados, o si se hacen pocos a un costo más alto pero con precio subsidiado, disminuyendo el retorno de inversión. Por un lado hay menos títulos pero más ejemplares, más baratos, que podrían hacer más fácil el retorno del subsidio si se venden bien; por el otro hay más títulos y menos ejemplares, más caros y más subsidiados en tanto a retorno de inversión. ¿Qué preferirían criticar RPG, Silva-Herzog, Zuckermann, etc.?

4a. En cuanto a la red de distribución, creo que en México sólo la Conaliteg es más eficiente que las librerías de Educal (Conaculta) y del FCE en la distribución de títulos propios y ajenos, ¿qué sería de los libros que no son de texto o venta directa sin estas librerías? Yo propondría fusionar las librerías de todas las instancias gubernamentales: Conaculta, FCE, consejos estatales y universidades, así como centralizar la venta de los libros de estas instancias en internet con apertura a que los sellos independientes también pudieran vender sus libros en el portal. ¿Bajo el FCE? No importaría.

Como conclusión, dice en algún momento RPG que deberíamos tal vez tener tres FCEs. No creo que sea para tanto. Bastaría, para no volver a esto, con que el que tenemos hiciera lo que tiene que hacer, que el Conaculta y sus dependientes decidieran si van o no a publicar, editar y vender libros al mismo tiempo que el FCE, y que la UNAM y las demás universidades arreglaran su desmadre. Fácil, ¿no?

3.9.14

Al Fondo a la derecha

Esta es la última nota que escribo con respecto a la polémica en torno al FCE, que hoy cumple 80 años. Ya no puedo volver a leer a Zuckermann, porque acabo de terminar de leer su respuesta a Jesús Silva-Herzog Márquez y perdí como 50 puntos de mi coeficiente intelectual. Espero que sea temporal, si no, esta nota va a quedar pésima.

Primero, el tal Sucker-Man (ya no me importa escribirlo bien) empieza por insultar a Silva-Herzog, pero lo hace de la peor manera: "te podría decir tonto y feo y cara de caca pero no lo haré, aunque ya lo hice, upsi, jijiji". Vaya recurso infantil e idiota, señor Sucky. Ojalá pueda releer, en unos años, su texto de hoy y sentir el #cringe que sentimos los que tuvimos el infortunio de leerlo recién.

Bueno, el resto del "artículo" (si a esa pataleta vendida se le puede llamar de tal modo) no mejora mucho. Si algo ha demostrado al mundo No-Leo Chupa-Chups es que no sabe nada de libros o de la industria editorial. Bueno, por no saber no sabe nada del mismo mercado que tanto quiere presentar como la panacea universal (aunque diga que nooo, que de ningún modo, que cómo crees).

En fin, voy por sus preguntas, porque si copio el resto de las idioteces aquí me voy a sentir sucio.

1. "¿Por qué no podemos tener a un editor como Jaume Vallcorba, fundador de Acantilado, dirigiendo el FCE?"
Pues, de entrada, porque Vallcorba ya se murió, zopenco. ¿Se te ocurre otro nombre? Debe haber como 200 más, al menos, en el mundo de habla hispana, entre muertos y vivos, y entre los cuales ha habido algunos, buenos editores, al frente del FCE. ¿Qué tiene eso que ver con nada de tus quejas?

2. "¿Por qué tiene que ser un exvocero presidencial?"
¿Por qué no puede ser un robot en forma de planta carnívora quien escriba las columnas de Zuckermann? Creo que por esa sola razón habría que desaparecer todos los periódicos en español.

3. "¿Por qué nuestro jefe de Estado nombra a amigos o aliados en esas posiciones?", pregunta, y, acto seguido, se contesta: "Pues porque así de retorcida es la política. ¿O no?" 
No, Leíto. El jefe de estado nombra a quien le da la gana al frente del FCE porque puede, porque eso dicen los estatutos. Si este es el problema, si lo que quieres es que el FCE sea "independiente" y de ahí el problema que tienes con el "subsidio", entonces toda tu crítica está desenfocada del inicio. Estás pidiendo que se tire una casa porque hay una gotera; comprar un nuevo coche porque hay que cambiarle el aceite.

La siguiente pregunta es más larga. La copio con el dolor de mi corazón:

4. "Voy a dejar en claro de una vez por todas mi argumento: yo no tendría problema que existiera el FCE siempre y cuando dejara de recibir subsidios del Estado. No me parece correcto que se utilice dinero público para beneficiar a las clases medias y ricas del país que son las que, por desgracia, más leen en México, según las encuestas de lectura. En el caso del FCE son 238 millones de pesos al año. A eso habría que sumar los subsidios de todas las publicaciones que hace el Estado a través del Conaculta, las universidades públicas y los centros del investigación. ¿Se justifican?"
a) Tu argumento es inválido porque "por desgracia" estás vil y llanamente manipulando las Encuestas Nacionales de Lectura para darte la razón. Ya lo expliqué en mi entrada anterior.
b) 238 millones de pesos al año entre 120 millones de mexicanos toca a poco menos de dos pesos por persona por año. Si Z piensa que esta cifra no importa, tampoco importa el número de donde salió la cuenta. ¿Podría ser más eficiente el FCE, tener menos empleados, gastar menos? Sí, sin duda. ¿Es razón para cuestionar su existencia? No.
c) Sí se justifican los subsidios. Todos. ¿Se justifican los libros de texto gratuitos que publica la SEP a través de la Conaliteg? Pues es lo mismo.

Antes de concluir con un párrafo acerca de la censura estatal contra la censura del mercado, en el que también se equivoca y que no abordaré por absurdo, Zuckermann dice que hoy Kafka se hubiera podido publicar solito a través del internet.

Voy a tratar de contestar esto sin que me explote la cabeza o sin gritarle a la pantalla.

Mmmmm. No, Z, porque de entrada Kafka no quería que lo publicaran, quería que lo quemaran. Y no, porque el "mercado" que tanto pregona Z no funciona así. Y los libros no funcionan así. Nada funciona así.
El que Z no haya leído mis respuestas a sus artículos, o el que pueda fingir no haberlo hecho aunque acaso lo hubiera hecho, es una muestra contundente de que tener un blog (o wordpress o tumblr o lo que sea) no funciona igual que publicar en un medio editorial establecido, ya sea de libros, periódicos o revistas. Y en libros electrónicos es todavía peor. Por cada Amanda Hocking (y ya no digamos el pésimo ejemplo de J. K. Rowling que usa Z) hay cientos de miles autores que se autopublican, como le recomienda hacer Z a K, que no venden o venderán nada o casi nada, tal vez algunos de ellos buenísimos, quién sabe. Y eso en el mundo de habla inglesa: todavía no ha pasado que un autor en español salte a la fama tan solo publicado, por su propia mano, en electrónico. Supongo que sucederá en España o en Argentina en los próximos años. ¿En México? No. ¿Da igual publicar sin sello que con sello, da igual que tus poemas los publique el FCE que subirlos a yoescribo.com? Yo reto a Z a que lo intente, como Doris Lessing, la ganadora del premio Nobel, que trató de publicar una novela bajo seudónimo, a principios de los 60, sin decirle a nadie. La novela se la rechazaron en varias ocasiones y en varias editoriales. La autora lo hizo a propósito, para demostrar la dificultad de publicar sin un nombre, aunque el contenido fuera de calidad. Dejo las conclusiones sobre lo que dice esto acerca de no sólo los libros en México y el mundo, sino de las ideas erradas del señor "Leo Súper-Mal".

Una nota de índole personal: podría pensar, quien lee estas entradas, que las he escrito por estar enojado, ya sea con Zuckermann, el FCE o alguien más. Nada más lejano de la realidad. Las escribo porque para mí, leer estas entradas de Z es como leer que alguien, que no tiene idea de cocina, publica lo siguiente: "Vamos a hacer un chile en nogada. Como saben, el chile en nogada queda mejor si un día antes de comerlo se baña con una solución de azufre y cloro y se deja reposando sobre un nido de abejas hasta que lo cubran de miel." De ese tamaño son las pifias que escribe Zuckermann para los que saben de libros.

2.9.14

Primera carrera de Fondo

Aunque ya me cansé, no puedo dejar pasar los desatinos que Zuckermann sigue publicando respecto del FCE. (Podría preguntar por qué el editor del periódico no le pide que ya no escriba de eso, pero sé la respuesta: mientras más tonterías escriba Zuckermann, más gente comprará el periódico o entrará al portal, y eso significa más publicidad para el diario; así que, a mayor cantidad de barrabasadas, más dinero. Súper.) 

En fin, escribe Zuckermann [Z], hoy en Excélsior, que "No quiere que el Estado le subsidie libros". Empecemos por lo fácil: Z tiene razón cuando dice que "en México, las instituciones del Estado a menudo se convierten en instituciones del gobierno. Es lo que ha pasado con el Fondo, como con muchas organizaciones que supuestamente apoyan a la cultura". Estamos de acuerdo (y no sólo yo y Z y Mauricio Tenorio, sino también el atinadísimo Héctor de Mauleón y el siempre contundente Jesús Silva-Herzog Márquez) que es de pésimo gusto lo que están haciendo con el FCE. Deberían estar cuidando su misión y estatutos en vez de descuidar su plan editorial (que, en su calidad de celebratorio, es sólo una extensión de su mismo programa editorial de varios años atrás, con poca cosa añadida a marchas forzadas, y plagado de reimpresiones sin ton ni son). En resumen, de acuerdo todos con que lo siguiente está mal, muy mal: el servilismo de la institución, "Conversaciones A Fondo", los apps para iPad y iPhone, el descuido de su programa y calidad editorial y la poca idea que tienen respecto de ser un editor quienes la dirigen ahora. 

En todo lo demás que escribe Zuckermann, se equivoca. En todo. 

Repite su idea de que hoy el Fondo ya no es necesario porque hoy hay muchas otras editoriales, razonamiento al que ya contesté y al que no vale la pena volver. Sólo que ahora agrega que, en la FIL de Guadalajara se puede ver a "muchas editoriales de nicho que son un exitazo". Yo creo que Z se sorprendería del retorno de inversión que tienen las editoriales, tanto grandes como pequeñas, en México: frecuentemente es bastante más alto el rendimiento de los Cetes. Tanto las que él considera un "exitazo" (me gustaría saber en cuáles sellos y en qué títulos está pensando, para reírme un rato) como los grandes conglomerados "que están adquiriendo" a las pequeñas, todas tienen libros embodegados, libros que no se venden, burocracia y administración interna y externa, y subsidio (porque ya quedamos que todos los libros están subsidiados al no pagar impuestos). Eso contesta las agudas preguntas de Z en este sentido. En cuanto a que en la FIL se puede ver el buen estado de la industria editorial en el país... no, Z, simplemente no: la FIL es un evento en buena medida auspiciado (subsidiado) por el estado de Jalisco, el Conaculta, la UdeG, y por las grandes editoriales y las instituciones públicas que cubren gran parte del costo de la organización, ya sea aportando dinero, apoyos o descuentos directamente, o, simplemente mediante el pago de los stands más caros; sin este subsidio, la presencia de las demás editoriales, con stands pequeños y al fondo del recinto ferial, sería imposible.

Luego dice Z que quiere desaparecer las editoriales de las universidades también, pero no las universidades en sí porque "si estas [...] instituciones desaparecieran, los mexicanos correríamos el riesgo de perder la poca investigación académica seria que se hace en nuestro país". Sí, Z, pero, ¿dónde van a publicar estos investigadores los resultados de sus investigaciones? ¿Creerá Z que Planeta, MacMillan, Santillana querrían publicar algún libro de los que publica la DGP o los II de la UNAM? Esos libros y revistas académicas simplemente no existirían sin subsidio. Es como del peor dadaísmo imaginarse a los investigadores, que de por sí hay pocos, así, en el aire, sin publicar, sin consejos editoriales, ni dictámenes ni nada, investigando y experimentando sin presentar resultados, igual que el coyote que persigue al correcaminos.

Luego dice Z que sí, hay que "eliminar 'los creadores nacionales, los premios estatales a todo tipo de labor (incluyendo los de periodismo), el subsidio a las academias y al Colegio Nacional, el pago público a asesorías y pláticas de comunicólogos y sabiondos nacionales'". Bueno, pues que devuelva los dos premios nacionales de periodismo que ha recibido, incluyendo el dinero, si tan mal le parece. Eso sí, nadie se le va a unir y tampoco nadie le va a aplaudir si los devuelve: Z no sería Lennon devolviendo el MBE a la Reina por la guerra de Vietnam, aunque eso se imagine.

Luego retoma que el internet es maravilloso y puede arreglar el problema de los libros y la lectura en México. El problema, Z, es que en México, y a diferencia de los libros, el internet SÍ es de clases acomodadas. Tienen internet, sólo en 3 de cada 10 hogares, la mayoría con una conexión lenta y cara, y la mayoría en las grandes ciudades entre la población de clase media y alta. Lo que Z se imagina que es el internet en México está casi más errado que lo que se imagina que son los libros.

Por último, el peor error de Zuckermann: está basando todo lo que dice respecto del "subsidio que beneficia a la clase alta" en las Encuestas Nacionales de Lectura [ENL] que el Conaculta organizara en 2006 y en 2012 [con una muestra representativa de entre 4 y 5 mil personas en todo México]. Además de que las encuestas no son un censo, Z está manipulando las ENL para darse la razón. O no sabe leer resultados estadísticos o quiere pensar que ninguno de sus lectores sabe hacerlo. Lo que claramente dice la encuesta no es que los que los pobres lean menos que los ricos, Z, sino que los pobres tienen mucho, pero mucho menos acceso a los libros que los ricos. Las ENL dicen que fuera de las ciudades y de cierto nivel de ingreso las oportunidades para leer, y no digamos comprar libros, desaparecen casi del todo, porque no hay librerías, ni bibliotecas, ni nada. Dice la encuesta, también, que muchos pobres quisieran leer o tienen interés en comprar libros, pero no tienen acceso, ni dinero, ni disponibilidad para ello. Esto NO se va a solucionar cerrando librerías o quitando el subsidio a los libros.

Me sorprende que, entre tanta queja por los subsidios, a Z se le haya olvidado ir en contra de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, el programa de subsidios a la lectura, la educación y a los libros más antiguo, extendido, exitoso y completo no sólo de México, sino del continente y tal vez del mundo. ¿Por qué será? ¿Se habrá dado cuenta que no tiene argumentos para ir en contra del programa, que ha beneficiado a millones, y que si lo critica se verían más los huecos en su razonamiento? ¿O será por algo más macabro, como seguir la consigna de un tercero por desprestigiar al FCE e instigar a que lo vendan o lo cierren?

Como colofón (me gustaría saber si Z sabe qué es un colofón): si "no quiere que el estado le subsidie libros" hay una salida fácil: Z puede, si quiere, comprar solamente libros extranjeros, en inglés o lo que le acomode, en Amazon o en otra librería en internet, ya sea físicos o en electrónico, es igual, y así podría dejar de estorbar al país con sus imaginaciones de beneficencia capitalista.

A ver qué más desparpajos dice Z en la respuesta a Silva-Herzog que promete en su artículo. Me guardo la entrega número dos, y última, de esta entrada para entonces.

28.8.14

Barril, con o sin Fondo

Así es esto, un día toca estar de un lado y al siguiente del otro. Mi muy querido Alberto Serdán me manda, como si reto de balde de agua fría se tratara, el artículo que Leo Zuckermann publica en Excélsior hoy, titulado ¿Se justifica la existencia del Fondo de Cultura Económica?

La respuesta, desde donde yo veo la pregunta, es "Sí".

Voy por puntos:

Dice Zuckermann (en adelante "Z", porque en cualquier momento lo escribo mal y seguro me van a criticar por eso) que lo que hace el FCE estaba muy bien, pero en el mundo de hace 80 años. Que "el mundo ha cambiado". Sí, bueno, tampoco es el mismo que ayer, o que en 1914. De entrada me parece que criticar a una institución porque las características que dieron pie a su origen ya no son las mismas hoy es igual a preguntarle a un niño si de verdad necesita nuevos zapatos ya que le ha crecido el pie y ya no le entran los que dejó, casi nuevos.

Antes que esto --pero quería quitar ese argumento del camino primero-- Z dice que el estado (con baja inicial, señor Z, nadie va a confundir el estado mexicano con el estado de ebriedad), a través del FCE,  "subsidia la edición, producción, distribución y venta de libros que sólo lee una pequeña minoría que pertenece sobre todo a la clase media". Si bien sí es cierto que el estado "subsidia" las actividades del FCE, punto que abordaré más adelante, el resto de su frase es engañosa, si no de plano mentirosa. Estimado señor Z: ¿me podría señalar de dónde sacó el estudio o las cifras que le indican que esto que afirma es cierto? Se lo pregunto no tanto porque quiera que me demuestre que tiene razón, sino porque si yo, que llevo 10 años dedicándome a apostar a hacer libros de todo tipo, supiera de la existencia de tal base de datos o censo que me indicara quién, cómo, cuándo y por qué compra libros en este país, ¡y cuántos!, si yo tuviera esa información, sería rico. No, perdón, sería absurdamente multimillonario. Como Slim, para que me entienda. El punto de las apuestas de la industria editorial es que son eso, "apuestas" porque nadie sabe bien cuántos libros se van a vender de algún título. Entonces, por favor, por el bien de la industria, ¿nos podría pasar sus fuentes? Además de eso, Z afirma que los libros sólo los "lee una pequeña minoría". Por favor, si los editores no sabemos quién los compra, ¿cómo vamos a saber quién los lee? La gente regala libros, los guarda sin leer, los olvida, etc. El ejemplo directo de esto es que los que compran libros infantiles (sí, esos que le parecen "estupendos") no son los mismos que los leen. Esto no es exclusivo de los libros, Z; no le vendrían mal unas clases de Marketing, en Coursera hay unos cursos muy buenos y son gratis.

En lo que sí tiene razón Z es en la palabra "minoría", porque, sí, la cantidad de lectores de libros en México es, desafortunadamente, ínfima. Pero sólo en eso, porque aquí se le escapa a Z la crítica. Dice, en dos párrafos distintos, que el problema es que el FCE tiene demasiadas librerías, según él 22 y "dos de ellas, magníficas", y agrega que "este ya es un país donde hay tiendas de libros en todas las ciudades". A ver. Primero, el FCE no tiene 22 librerías, tiene 24 nada más en México, 35 en todo el mundo, esto según su propia página y según la Wikipedia. Yo nomás digo que, si vamos a criticar, vamos a hacerlo bien. En segunda, varias de estas librerías son, si no magníficas, más que muy decentes. Hermosas, a mi juicio más que la propia Octavio Paz en Miguel Ángel de Quevedo que a Z le parece magnífica, son la Daniel Cosío Villegas, en Av. Universidad, la Elsa Cecilia Frost, en el centro de Tlalpan, la Edmundo O'Gorman dentro del AGN y la José Luis Martínez en Guadalajara, sin contar la del Centro Cultural Gabriel García Márquez, en Bogotá, la Juan Rulfo, en Madrid y la Pórtico en Washington, D. C. Luego, el decir que México es un país que tiene tiendas de libros en todas las ciudades es apenas y sólo cierto si uno cuenta los Sanborns y Walmarts como librerías (al fin ahí venden libros, ¿no?; se nota que al no escribir "librerías" Z quería defenderse a priori de este dicho, ni modo). Decir que no hay necesidad de que el estado tenga librerías ante la situación de que hay una librería en este país por cada doscientos mil habitantes o más, cuando en Argentina hay una para cada quince mil habitantes, es, bueno, se me acabaron las analogías.

Luego dice Z que hoy hay muchas editoriales, "de todos los tamaños", además del internet. Se necesita ser intencionalmente obtuso para creer y afirmar que publicar algo en el FCE es igual que publicarlo en mi pinchurriento blog, en una editorial pequeñita o en el periódico (sin adjetivos) donde Z publica sus columnas. Lo único que tiene un sello, lo único que da altura a un editor y a una editorial, es su nombre y su catálogo. Su historia. Y el FCE no tiene más que eso, al igual que el resto de sus competidores en el mundo. Y si hoy hay en México más competidores que hace 80 años es porque los lectores y editores han crecido al mismo tiempo que el FCE. Sin el Fondo sería imposible imaginarse que sellos como Era, Siglo XXI o más recientemente Almadía o Sexto Piso tuvieran el lugar que tienen hoy, o incluso que hubieran surgido de principio. Porque aunque Z se queja amargamente de que el FCE ganó (y pagó el adelanto con dinero "subsidiado") el libro de Piketty, en última instancia no importa quién lo publique porque los libros que se venden mucho abren espacio para otros libros y lectores. Esto es porque ningún libro es reemplazo de otro. Si uno come en un restaurante ya  no va a comer a uno distinto, pero un libro no sacia el hambre de otro. Si Z quisiera leer las 50 sombras de Grey y alguien le regalara El Leviatán, difícilmente se sentiría satisfecho, pero alguien que busca el libro de Piketty bien puede comprar también un diccionario de filosofía Larousse o un estudio del marxismo de Siglo XXI y todos se ven beneficiados. Los editores saben bien esto y por eso agrupan sus libros por colecciones, no porque alguien vaya a completar la colección (como estampitas del mundial) sino porque los libros similares se acompañan en ventas: basta, muchas veces, que se venda el primero.

Ahora, el tema del subsidio. Sí, el FCE recibe dinero del estado para editar y producir libros. Es una editorial descentralizada del gobierno federal, adscrita a la SEP, al igual que el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. De hecho el INBA(L) y el FCE se parecen mucho, sólo que con uno el estado subsidia todas las bellas artes y con el otro el estado subsidia la edición de libros. ¿Le parecerá mal a Z que, habiendo tantos teatros en todo el país y en la ciudad, que el INBA(L) exista? Es casi lo mismo. Otra cosa es que los libros en este país están subsidiados todos. Sí, porque no tienen IVA ni otros impuestos. Y muchos, muchísimos libros publicados en México tienen apoyo del Conaculta, que convoca regularmente para apoyos a la edición, distribución, exportación y traducción de libros. Incluso compran, el Conaculta y la SEP, ediciones especiales de todas las editoriales avecindadas en México, aunque no sean mexicanas de origen, para bibliotecas, bibliotecas de aula y programas especiales. (Aquí hay un punto loco: el Conaculta también publica libros, a través de su Dirección General de Publicaciones; si el FCE ya es una institución editorial del estado, ¿para qué quiere el estado que el Conaculta publique libros también? Un tip para el siguiente artículo, señor Z).

Así que la industria editorial en México está subsidiada, no sólo el FCE, que al menos regresa una parte de lo invertido directo al presupuesto del año siguiente. Dice Z que "de acuerdo con el presupuesto de 2014, este año el FCE ejercerá 461 millones de pesos. Venderá unos 212 millones de pesos y recibirá un apoyo fiscal de 238 millones. De ese tamaño es el subsidio que recibe el FCE de los contribuyentes. ¿Se justifica? No lo creo." No se me ocurren más de cinco instancias gubernamentales en este país que reciban dinero y produzcan, no sólo gasten, y el Fondo es una. A veces logra, en FCE, regresar todo. A veces, la mayoría, no, pero no quiere decir que no lo sea la intención. Y aunque no devolviera un peso más, de todos modos esos 238 millones es el 0.3% del presupuesto federal del año en curso, y menos del 0.00001% del PIB de México para 2013. No me parece mal.

Creo que, además de todo, a Z se le olvida la razón de ser del FCE. Esta es traer a México y a sus lectores lo más destacado de la cultura creada en otras lenguas y regiones del conocimiento y llevar lo más destacado de la cultura escrita mexicana (sobre todo la literatura, pero también todas las otras ramas del conocimiento y cultura) al mundo de habla hispana, primero, y al mundo en general después. Yo he conocido gente que lee a autores mexicanos en todo el mundo porque el Fondo trata de cumplir su misión y los lleva hasta esos sitios en ferias, festivales, representaciones y otras misiones culturales. Y no sólo lleva lo que se vende; le podría enumerar de memoria a Z más de 100 libros que nadie hubiera publicado (ya por dificultad, precio, retorno de inversión, costos u oportunidad) si no hubiera sido el Fondo. Libros de autores que luego alcanzaron gran valía nacional e internacional, pero que en tanto fueron reconocidos resultaron empresas perdedoras para la producción y los réditos del sello. ¿Le gustaría a Z un mundo sin los libros de Amparo Dávila, por ejemplo? Tal vez sí, y de ahí su pregunta.

Por esto último es que el que el FCE se salga de los preceptos de su misión y estatutos sea tan criticable: de por sí es una institución poco comprendida, como para que además los que la dirigen se dediquen a salir en la tele y a publicar apps para ipad. Eso sí que es criticable, no el traducir y publicar a Piketty.

Por último, a Z se le olvida que el origen del problema de los libros en México es educativo y no de presupuestos. Si más gente leyera en este país, al nivel de España o Chile, el FCE no sólo devolvería completo su presupuesto, sino que lo duplicaría o triplicaría. Pero la gente no lee porque la educación básica y secundaria en este país deja mucho que desear, por decir lo menos. No hacen falta más universitarios; hacen falta más lectores.

25.8.14

Fondo tocado

Podría apostar que la segunda emisión del programa televisivo "Conversaciones A Fondo", espacio que produce y organiza el FCE, que se transmitirá en la televisión mexicana el próximo 26 de agosto de 2014 versará, al menos una buena parte, si no todo, sobre Julio Cortázar, quien en un mejor universo estaría celebrando su centésimo cumpleaños. Y eso está muy mal. No por Cortázar, a quien admiro como cuentista y como novelista y como poeta, ensayista, pensador, y, en general, como gran persona de manos grandes, cual cronopios. No, está mal por el Fondo.

Está mal no porque Cortázar sea un mal tema cultural, nadie podría decir tal cosa, ni porque no haya sido un buen escritor, cosa que tampoco creo se podría decir fácilmente. Que el programa se dedique al Gran Cronopio sería malo porque el FCE no tiene libros del autor en su catálogo. Bueno, sí tiene: dos. Uno, Rayuela, que en estricto sentido no publicó el FCE, que sólo lo distribuyó, sino la red ALCCA, que publicaba la hermosa Colección Archivos, libro que no se consigue, al menos, desde 1997 y que la página del FCE ni siquiera consigna. El otro es Todos los fuegos el fuego, libro que también se consigue, más barato, en otros fondos editoriales. Así las cosas, y para términos de promocionar las obras en su catálogo, daría igual que en la segunda emisión de Conversaciones A Fondo se hablara (a fondo) sobre la obra de los hermanos Salinas de Gortari: Carlos y Raúl, que cuentan, cada uno, con una obra publicada bajo el sello del FCE: Carlos el título Producción y participación política en el campo y Raúl Agrarismo y agricultura en el México independiente y postrevolucionario título que no aparece, al igual que el ya mencionado Rayuela, en el catálogo de la página del FCE (pero sí en su Catálogo histórico, un Excel interminable actualizado por última vez hace dos años que cualquiera puede descargar aquí).

No digo que esté mal que el FCE promocione la obra de Cortázar, promocionar la lectura es loable en cualquier instancia, sino que al ser la editorial más importante de México (según indica la entrada de la editorial en la Wikipedia) y tener el catálogo más extenso de libros (y similares) de autores mexicanos en el mundo, no sólo literarios, sino también científicos, técnicos, políticos, filosóficos, historiográficos y artísticos, sería mucho mejor hablar y difundir la obra que la editorial publica bajo su propio sello y forma parte de su catálogo. Sería mejor no sólo porque yo lo digo, sino porque la institución tiene, como parte de sus estatutos y de su misión, el difundir la cultura mexicana y los libros que publica, por el mundo. Si para la editorial producir un programa que no habla de libros es ya es una violación de su Estatuto Orgánico, como bien apunta Jesús Silva-Herzog Márquez, que en sus emisiones televisivas se hable de libros que la misma instancia no publica, al mismo tiempo que mejor que no hablar para nada de ningún libro o autor como sucedió en su primera emisión, sería como burlarse más aún no sólo de sus televidentes, sino, mucho peor, de sus lectores, clientes, colaboradores, amigos.

Pero supongamos que en Conversaciones A Fondo esto que digo no les podría importar menos y hablan sobre Cortázar. Sí, pero en el panel, en vez de Lily Téllez y Pablo Hiriart, están Ignacio Solares, Nacho Padilla, Sandra Lorenzano, Julio Ortega, todos ellos conocedores del autor y de la vida y obra del argentino y con obras publicadas en el FCE, tanto sobre Cortázar como de otros temas. Y supongamos que tienen otros invitados e invitadas y no sólo hablan de Cortázar, sino del Boom Latinoamericano y de su influencia sobre la literatura hispanoamericana, y el lugar clave que tuvo el FCE en su difusión y antecedentes. Y si esta conversación fluyera hacia cómo la cultura nacional e hispanoamericana se ha forjado desde y para el FCE, tal como apunta Héctor de Mauleón, como reflejo de lo mejor que somos y podemos ser desde el potencial de los libros, qué delicia serían los programas: versarían entonces sobre cómo una pequeña instancia editorial académica mexicana se convirtió en referente esencial para la cultura en todas sus expresiones de la mano de directores como Arnaldo Orfila, José Luis Martínez, y Jaime García Terrés, entre otros. Desafortunadamente, por cada uno de ellos, el FCE también ha tenido épocas, literaria y culturalmente, oscuras; épocas en las que el servilismo de la institución al estado que la cobija y que mantiene un edificio donde 300 personas hacen el trabajo que podrían hacer 30 ha sido mucho más evidente y su luz ha brillado mucho menos; son épocas que reflejan un olvido, desconocimiento total y voluntario y hasta desdén por sus libros, autores y lectores, personificadas por Salvador Azuela, Francisco Javier Alejo, Miguel de la Madrid y los que la dirigen desde comienzos de 2013. Los ejemplos de esto en cada una de estas etapas, como el programa de televisión que ahora nos ocupa, abundan.

En este último sentido, también es probable que la próxima emisión de Conversaciones A Fondo no trate para nada de Cortázar, ni de autor literario alguno, sino que sea sólo una "mesa" donde los mismos periodistas de la vez anterior "discutan" las recientes reformas educativas, en telecomunicaciones y energéticas, sin mencionar, ni de pasada, otra vez, un solo libro, publicado o no por el Fondo, indistintamente. Si esto es así, será mucho más risible y digno de mofa que todo lo que pueda yo escribir aquí.

He dudado por días si debo publicar esto. ¿Es necesario que lo diga alguien? ¿Es necesario que lo diga yo? ¿Es necesario que lo diga yo ahora? Me pregunto. Y a todas estas preguntas la respuesta parece ser sí. O la menos quiero creer que es así.



5.6.13

El silencio de 98 ojos

Pensé que con el paso del tiempo, de los años, me iba a dejar de afectar, pero no. Y he visto cosas impactantes, fotos inolvidables, escenas estremecedoras. ¿Y quién no, verdad? Si hay algo que facilite el internet es eso: heridos, estallidos, guerras, muertos, destrucción, violencia, shock.

Pero esto es distinto. Esta imagen... la he visto varias, diría que cientos de veces, y cada vez es igual. Algunas veces me la encuentro sin querer, otras la he buscado a propósito. Es, sin duda, una imagen especial.

Y no es ni siquiera toda la imagen lo que me afecta igual, no. Es sobre todo un recuadro, y dentro del recuadro, un par de ojos.

La imagen está compuesta por 49 recuadros. En cada uno está la foto de un niño o niña. Un bebé. Un bebé de entre casi cincuenta que murieron al quemarse su guardería. Noventa y ocho ojos, en silencio.

El par de ojos más grandes está en la primera fila. La bebé te mira con su par de enormes pedazos de cielo. Te mira y te mira, sin hacer ruido.

Detrás de los recuadros queda la posibilidad. Lo que pudo haber sido, lo que nunca fue, lo que se pudo haber hecho distinto. Detrás del silencio también hay sonido.

No puedo dejar de pensar en sus voces. Los bebés son todo sonido. Antes que intención ya son llanto, antes que cariño ya son voces, antes que besos ya son pequeños gritos.

Miro la imagen, los ojos del cielo me miran y escucho la voz de los ojos. Me llaman ¡Papa! ¡Papai! te llaman ¡Mamá! ¡Mamú! y el calor sube y el sofoco aumenta y las pocas palabras que tiene, que son todas las del mundo, siguen ¡No! ¡No! ¡Papai! ¡apai! ¡ai! ¡ay! ¡ayay! ¡yaaa! ¡Mamáa! ¡Maaaa!

El llanto. El grito. Y luego el silencio. Un estertor, el fuego. El sofoco, por favor, primero el sofoco, el desmayo antes que el fuego, por favor.

Los ojos me miran y yo escucho. Escucho el vacío, escucho el miedo, escucho la ausencia. No por valentía, no por temor, no por sentirme solidario, ni distante. Escucho porque esos ojos me lo piden. Escucho porque no me queda más remedio, escucho porque la alternativa es mucho peor.

Luego, a veces rápido, a veces más lento, alejo la mirada. No somos sino eso: unos ojos enormes, hermosos, que alguna vez estuvieron, y silencio.


30.11.12

de Guadalajara a Guatemala

En menos de seis días he ido de Guadalajara a Guatemala, donde me encuentro ahora. Sé que hay un chiste en la frase que acabo de escribir, pero nomás no lo veo.

Creo que Guadalajara y la Ciudad de Guatemala se parecen bastante. Además de el comienzo en sus nombres (cosa que poco ayudó a mi confusión ante el mostrador de la aduana, cuando no pude explicar de dónde venía y cuál era mi destino final sin confundir ambos nombres un par de veces) ambas son ciudades de amplias avenidas y distribuidores casi recién inaugurados, glorietas y rotondas, varias zonas turísticas vagamente definidas e intercaladas con centros de negocios, zonas industriales, centros comerciales y viejas zonificaciones residenciales que de pronto se hallan a espaldas de un Burger King. Los perfiles de los edificios se parecen también, al igual que la arquitectura de los más destacados en altura.

Tanto Guadalajara como la Ciudad de Guatemala son como versiones más manejables, más despejadas y respirables, con menos tráfico y más civilidad (al menos en el tránsito vehicular) que la Ciudad de México. En este sentido, Guatemala entera es como México en un universo paralelo; es como el mundo del Superman Bizarro en los SuperAmigos. Hay muchas cosas que se parecen ambos países (hoy fui a Antigua y las similitudes con pueblos como San Miguel de Allende, Comala o Tequisquiapan abundan); por ejemplo: las banquetas son igualitas en grietas, altura y distribución, incluso desaparecen donde uno supone desaparecerían en el DF, para angustia del peatón. Los negocios son muy similares: farmacias del Dr. Simi, Comex, McDonalds y un largo etcétera, pero lo que difiere es, por momentos, desconcertante.

Un ejemplo: un supermercado pintado de verde con franjas amarillas y rojas. Es una Bodega Aurrerá, pero no, es una Despensa Familiar. Otra. Una gasolinera, verde, blanca y roja; en vez de Pemex es Puma, y enfrente hay una Shell o Texaco, cosa inimaginable en México. No he visto Oxxos, pero algunos minisupers hay. Una cosa muy rara es que Guatemala parece obsesionada con el Pollo Campero. Este restaurante de pollo frito está en todos lados, literalmente. Conté hace unas horas cinco de estas franquicias en un rango de siete u ocho manzanas. El pollo que sirven no es malo (las papas las sirven sin sal, casi, cosa extrañísima), de hecho está bueno, pero sigue siendo pollo: no es nada que te hiciera llamar a casa corriendo a contarlo; no me explico su proliferación. Hablando de los Pollos Campero, me he encontrado con un fenómeno que me parece de lo más extraño: en estos restaurantes de comida rápida (y lo son) uno se sienta y ordena a un mesero de un menú; no sé por qué y ojalá alguien me lo hubiera explicado antes de quedar como un perfecto idiota la primera vez que entré a uno. Esto en contraste con todos los restaurantes de manteles largos a los que he podido ir, en los que me ha recibido un buffet. Así, en Guatemala, en la comida rápida un mesero te toma la orden y la lleva a tu mesa mientras que en los restaurantes en serio la cosa es de autoservicio. El mundo al revés.

Fuera de eso, los paisajes en Guatemala son preciosos; el clima es caliente pero agradable; a pesar de las advertencias no se siente insegura la ciudad (al menos no para este chilango no tan curtido); la gente es amable y sonriente. Me gusta, y se siente bien pagar con quetzales las cosas. Son lindos los billetes y además el nombre es cosa grande. Sería como cambiar el nombre de los pesos a Colibríes, u otra ave: te debo doscientos Pelícanos, güey.