Acostado en la ventana veo pasar el mundo. La gente se detiene y lee el cartel pegado en la puerta, debajo de donde estoy: "Busco gato amarillo con blanco. Departamento 1". Algunos no le dan demasiada importancia y siguen de largo, como esa señora que va cargando una bolsa con leche y pan. Otros, sin embargo, se detienen y miran a su alrededor, cuando lo leen. No pasa mucho antes de que se den cuenta de lo absurdo de buscar un gato perdido junto al letrero que avisa de tal pérdida. Como si un gato perdido quisiera que lo encontraran; como si fuera posible, para un gato, perderse. Y aún así miran, esperando ser los salvadores del gato, aquel que lo lleve de vuelta a su amo para recibir agradecimientos o una posible recompensa. Unos cuantos pensarán en la mascota que perdieron cuando eran niños y la puerta se quedó abierta, casi siempre un perro, que son tan impulsivos que ni siquiera se fijan al cruzar la calle.
Ahí viene otro curioso. Mira el letrero, luego a su alrededor, como todos. Se detiene un momento y enciende un cigarro con calma. Luego voltea hacia arriba, por pura curiosidad. Es el primero que voltea en todo el día. Su mirada se topa con la mía. Por un momento no lo entiende. Luego vuelve a leer el cartel. Me mira de nuevo, piensa un poco, después sonríe y sigue su camnio, fumando su calmado cigarro. Se ha dado cuenta de que no hace falta llamar al Departamento 1 a avisar: ahí buscan un gato amarillo con blanco y yo soy blanco con amarillo.
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