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23.4.05

Siete sellos siete

I.

Ayer me encontré con un mensaje debajo de la puerta que decía:

Voy a por ti, tío, ¿vale?
La muerte.


En ese momento pensé que se trataba de una broma. La sintaxis del mensaje era claramente española y me rehusé a creer que la muerte fuera ciudadana de la península ibérica. Al menos debe de ser argentina La Muerte, me dije, y en ese caso el mensaje debería ser:

Voy por vos, che, ¿viste?
La muerte.


Resolví irme a dormir, ya descubriría al bromista tarde o temprano.

II.

Al día siguiente alguien tocó a la puerta. Yo miré por la mirilla primero, antes de abrir, una costumbre necesaria. Sólo vi una capucha muy negra del otro lado.
- ¿Quién es?
- Soy La Muerte, Pana.
Seguí sin creerlo. La Muerte ahora no sólo no era Española, ni Argentina, sino, para colmo, era Venezolana. Tenía que ser una broma.
- Ahora estoy bastante ocupado, ¿podría por favor volver más tarde? - le dije, y me alejé de la puerta.
No había caminado ni tres pasos cuando escuché una voz cavernosa justo detrás de mí:
- Conchale vale, ¿qué es esa vaina de no abrirme la puerta, güevón? Soy La Muerte, mamagüevo; una puerta no me detiene.
Y la vi, con todo y hoz y túnica negra y esqueleto, frente a mí. Tengo que aceptar que sentí miedo, pero no demasiado porque aún me hacía gracia que La Muerte fuera Venezolana. Pasado un momento en el que permanecí silencioso ella habló:
- ¿No me vas a ofrecer nada de tomar? Vengo de un viaje largo.
Le ofrecí un whiskey.
- No, Pana, no. Esa vaina del güisqui no me va, mejor un ron o algo así.
Tomó asiento en mi sofá, con el vaso de ron en la mano, y colocó la hoz en el suelo.
- Pero si ni estoy enfermo, - reclamé. Ella levantó los hombros, sorbiendo la bebida.
Yo la miré absorto y resignado.
En ese momento recordé una película...
- ¿No quieres jugar una partida de ajedrez, antes de irnos?

III.

- No, wey, no. Yo no juego al ajedrez.
- Pero en aquella película... - empecé a decir.
- Esa no era yo, chingao, esa era La Muerte Alemana. Ella juega al ajedrez. También La Muerte Rusa juega al ajedrez, y a la ruleta. Pero yo no.
- ¿Y tú eres entonces...?
- La Muerte Hispana, ¿no se nota, cabrón?
- Vaya.
- ¿Sorprendido? Nos especializamos por idiomas para que el trabajo sea más fácil, wey. Lo único malo es que los modismos y acentos de las distintas formas de hablar el castellano se me pegan mucho...
Ambos guardamos silencio un momento.
- ¿Entonces no hay forma de alargar...? ¿No juegas al poker, o al bridge, tampoco...?
- Esa es La Muerte Inglesa, y ya no juega al bridge desde que tuvo una mala experiencia en casa de un judío.
- ¿No juegas a nada, nada, entonces? - pregunté con miedo.
- No, pero me caiste bien y ahorita no tengo ningún trabajo urgente. Así que te voy a dejar que lleves a cabo tu última voluntad. Elige algo, - dijo, mientras se acababa el ron.
Lo pensé un rato.
- Te estás tardando, culero, - dijo La Muerte.
- ¡Ya sé, ya sé! Mi última voluntad es acostarme con una mujer de cada país de habla hispana.

IV.

La idea le hizo gracia a La Muerte, o al menos pareció emitir una risa cavernosa.
El trato quedó determinado de la siguiente forma: Yo tenía una semana por cada país de habla hispana para refocilarme con una moza del lugar, antes de que el trato terminara por default y me llevara La Muerte.
- De todas formas, y aunque tu idea está bien bacana, cuando termines de pegarle a las tales te vas a parar los tarros. Te voy a estar vigilando. De esta no te escapas, loco, - me dijo colombianamente La Muerte, antes de salir por la puerta y dejar el vaso vacío sobre la mesa.
Me senté, aliviado, y me serví dos buenos tragos. Después, cuando me dejaron de temblar las manos, me puse a hacer cuentas.
Le había ganado a la Muerte, si es que lograba mi cometido, la nada despreciable cantidad de 20 semanas, una por cada páis menos dos de los que ya había "participado". Más de cuatro meses. Para estar desahuciado, no estaba nada mal.

V.

Lo primero que hice fue venderlo todo. Pensé que ya no me iba a servir nada de todas formas y que, además, iba a necesitar bastante dinero para conquistar a una mujer a la semana, además de para trasladarme de país en país y comer y dormir en lugares medio decentes.
En el primer país al que fui me encontré con el primer problema: no soy James Bond, ni siquiera soy guapo, y soy bastante tímido. Lo de lograr ligarme a alguien y llevármela a la cama en una semana resutló ser demasiado difícil. Todas me rechazaban, a pesar de que intenté todos los avances posibles entre la verdad pura y la mentira más vil.
Cuando faltaba un sólo día para que venciera el primer plazo de una semana, se me apareció La Muerte. Después de burlarse de mí un rato con acento Peruano, me prometió darme sus tips secretos para ligar.
- A fin de cuentas yo también soy mujer, - dijo, y desapareció de nuevo.
Ese día solucioné el problema de la fecha inminente pidiéndole a un taxi que me llevara a un prostíbulo y, una vez ahí, pedí ver a una oriunda del lugar.

VI.

Con los tips de La Muerte todo fue mucho más fácil. Parecía absurdo que con frases tan simples y vaciás cayeran las mujeres redonditas a mis pies. La cosa funcionaba tan bien que me dediqué a turistear los primeros cinco días de mi estancia en cada país y a ligar sólo el penúltimo.
Para cuando llegué al país número 12, de cualquier forma, estaba muy harto. Ni el turismo ni el ligar me hacía feliz. Lo primero porque no tenía caso tomar fotos sin tener a quién mostrárselas, ni tener con quien compartir los viajes; lo segundo porque ya todo me sabía igual, o muy parecido. Ligar con las frases de la muerte se había vuelto muy tedioso, por efectivo.
Justo pasaba por esto en el catorceavo país que visitaba, Paraguay, cuando en la noche antes de mi partida al siguiente país se me apareció La Muerte en el cuarto de hotel. Como de costumbre, tocó a la puerta primero.

VII.

- ¿N'tonce qué, mi negro zambó? ¿Ya se ha daó por vencío? - me preguntó La, cubana, Muerte.
- No, para nada. Quiero acabar con mi última voluntad, solamente que estoy un poco aburrido de ella.
- Cuidao con lo que pide po'que se le pué cumplí.
- ¿Se te ofrece algo, Muerte?
- No, ná. Solo que ya no' vamó, - me dijo.
- ¿Cómo? ¿Por qué? ¡Todavía me quedan 8 países por recorrer! ¡Hicimos un trato!
- Sí, mi negro, pe'o el trato sé acabó hace un par de hora...
- ¿Cómo? ¿Cómo? Hace apenas unas seis horas estaba entre mis sábanas una Paraguaya... ¿No la viste?
- Sí, mi negro, pero de tan poco que se preocupa usté por ligá, ya ni pregunta hace...
- ¿Qué? ¿Cuáles preguntas?
- Pué eh que la chica esa... no era Paraguaya.
- ¿Cómo? ¿No era?
- No, mi negro, ella nació en México y vive acá de'de hace año...
Y fue así como La Muerte me llevó de una vez por todas. Sin ceremonias. De todas formas no me arrepiento, acá, en el Hades Hispánico, todos hablan español. Y, gracias a la muerte, ya sé ligar. Esto de estar muerto no puede estar tan mal...

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Segundo texto derivado de la tiranía del lector (con muchas licencias): "Un día se da cuenta que la muerte quiere matarlo, ya viene en camino, vestida de negro y con el rostro tapado por un velo negro. Usted emprende un viaje sin fin en pro de salvar su pellejo, sabe que en el momento en que se deje alcanzar de la muerte, todo terminará". Gracias, Drayru.

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