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16.7.15

Comprar un libro o comprar un coche

A primera vista la disyuntiva es sencilla: en un momento cualquiera, puestos entre comprar un libro o un coche, la mayoría de la gente elegiría un libro; no porque no quieran un coche, sino por el costo de adquirir uno y otro objeto. Pero México es un país de sorpresas, muchas sorpresas, y de pocos libros, muy pocos.

Desde hace algunos años (casi 6 ya, qué miedo) he utilizado en mis clases de trabajo editorial una comparación que, pienso* es efectiva para provocar que los alumnos se pongan a pensar en los libros como objeto y como contenido, en el espacio que ocupan en sus vidas, en la sociedad y en el mundo físico, de quién vive de, para y con los libros. Es una comparación que funciona por varias razones, entre ellas la imposibilidad de imaginarse el mundo moderno sin lo que ambas invenciones han traído al entorno, no sólo como consecuencias directas, sino como derivados, y no sólo en cada persona, sino también desde el punto de vista social, estético, ecológico, económico.

Un punto de comparación que utilizo es el tiempo de uso contra el tiempo de vida útil. En este aspecto, los coches y los libros se parecen mucho: ambos objetos de consumo no se acaban con un uso, sólo con el uso reiterado con poco mantenimiento, y ambos pasan la mayor parte de sus vidas útiles simplemente almacenados: en una estantería unos y en un estacionamiento los otros. Y no obstante esto, cuando compramos un coche o un libro no pensamos en el tiempo que pasarán en el librero o bajo el rayo del sol apagados, sino en la posibilidad de aprendizaje, pasatiempo, ¿felicidad? y movimiento que nos permitirían alcanzar.

Y no pensamos en ello, porque es desolador: incluso un coche muy usado, un taxi, pasará sólo 8 o 10 horas diarias circulando y 14 o 16 (el doble), quieto; un libro muy utilizado, un diccionario, puede que sea utilizado una vez al día o dos, un par de minutos, el resto la pasará en el anaquel. El costo de almacenar (y mantener) libros, y coches, es altísimo, tanto para el que los vende como para el que los compra; el valor de reventa es bajísimo comparativamente a su precio de venta nuevos, en ambos casos también.

Pues bien hay otra comparación, una de la que los libros no salen bien parados: según cifras de 2005 del Conaculta** y de la AMIA y de la AMDA, en México se vendieron 157,400,809 ejemplares de libros de 126,353 títulos; se vendieron también 713,379 coches (sólo autos y camionetas, no "comerciales" o de carga) de 258 modelos disponibles ese año. A primera vista parece que no hay comparación: son 1.43 libros por persona y apenas .006 autos por persona en México. Pero si lo pensamos en términos de producción contra ventas, la cosa cambia tremendamente: en 2005 se vendieron 2,765 coches de cada modelo disponible en el mercado y 1,245 ejemplares de cada título disponible en el mercado.

Incluso sin tomar en cuenta que:

  1. en realidad la gran mayoría los que habían comprado un coche en 2004 difícilmente compraron otro nuevo en 2005;
  2. que los más de 126 mil títulos asequibles en 2005 incluyen los de años anteriores de producción (puesto que ese año la industria editorial en México sólo produjo 16,662 títulos);
  3. y que el costo de un coche supera mil veces el costo de un libro,

se puede ver a simple vista que vender libros en México es un pésimo negocio: incluso con intereses, es más fácil vender un coche que un libro en este país. Debe ser la falta de interés, pero del otro tipo.

Ya quisiera el autor mexicano más vendido en México vender tanto como un Nissan Tsuru, que desde 1984 está entre el más vendido y producido en el país.

Yo pensaba que la comparación no daba para más (por ejemplo, cuando uno quiere un libro determinado no hay sustituto [nadie compra Aura por querer leer a Harry Potter], y generalmente da lo mismo qué coche se tenga o de qué color sea para la mayoría de sus funciones). Pues sí.


*Hay quien dice que no se aprende nada en mis clases, supongo que a ellos y ellas no les parecerá tan buena mi comparación. Ni modo.
**No hay cifras más actuales disponibles de parte del Conaculta, que publicaba las de la Caniem (restringidas por pago) en un reporte bienal hasta 2006.