Trescientos doce... Rodrigo lleva toda la noche contando coches. Van trescientos doce, llenos de personas gritando y cantando con la música a todo volumen. A pesar de las fiestas, las propinas son escasas, hace frío, el tedio y el olor a gasolina se acumulan. Todo es idéntico a cualquier otra madrugada. Sólo, de vez en cuando, algún ¡Feliz Navidad, Jovenazo!, le recuerda que es 25 de diciembre a las tres de la mañana. 312 coches han pasado por la gasolinería, vienen tres más... 313, 314. El trescientos quince le toca atenderlo a él. Es un auto rojo, modificado, último modelo, con rines de aluminio. Dentro del coche vienen un joven ejecutivo y una rubia. Hermosa, la mujer brilla como las luces de Navidad que adornan la estación de servicio, incluso a través del parabrisas.
Lleno de Premium y revísale el aire a las llantas, por favor, pide el joven ejecutivo, sin bajarse del coche. Rodrigo abre la tapa del tanque y comienza a despachar el combustible. Mientras el tanque se llena, limpia el parabrisas del auto con cuidado, lentamente, echando vistazos discretos a la rubia. Dentro del auto, el joven y la rubia discuten, primero discretamente, después cada vez más fuerte. La rubia le reclama algo de su familia, a lo que él contesta con gestos y palabras despectivas. Rodrigo termina de limpiar el parabrisas y se pone a revisar el aire de los neumáticos. La discusión dentro del auto va subiendo de tono. Rodrigo ha aprendido, en sus tres años trabajando en gasolinerías, a no meterse en asuntos ajenos, a despachar la gasolina como si no estuviera ahí, pero la rubia es tan bella que es imposible ignorar lo que sucede dentro del coche. Las llantas están todas a 30 atmósferas, perfectas. El tanque del auto está por llenarse, el fluir de la gasolina va cada vez más lento. Rodrigo se acerca al tanque para retirar la manguera.
En ese momento, la mujer le da una sonora bofetada al joven ejecutivo y baja del auto. Azota la puerta con fuerza. El joven se baja y le grita, ella lo ignora indignada. El tanque está lleno, Rodrigo quita la manguera y le pone el tapón. El joven jala a la rubia del brazo, la sacude; ella grita y él la suelta. La chica corre a refugiarse detrás de Rodrigo, mientras el joven se acerca amenazante y le exige que vuelva a subir al auto. Ella rehúsa, protegida por el cuerpo de Rodrigo, y lo insulta, le dice que no lo quiere volver a ver jamás. Rodrigo se queda completamente quieto, no parpadea siquiera. El joven ejecutivo no sabe qué hacer. Toda la gasolinería está pendiente de la tensa situación, los demás despachadores y los otros clientes.
--Son trescientos quince pesos, señor --es todo lo que se le ocurre decir a Rodrigo.
El joven ejecutivo, desconcertado, saca su cartera y le paga el importe exacto. Después mira a la rubia, que está todavía detrás de él.
--Entonces, púdrete, golfa --le grita el joven a la mujer.
--Piérdete, imbécil --le contesta la rubia, mientras con una mano estruja el uniforme de Rodrigo.
El joven sube a su coche, lo enciende y arranca con un estruendo, se aleja veloz. Rodrigo suelta un suspiro de alivio y voltea a ver a la rubia, ella está llorando. Rodrigo seca sus lágrimas y ella le sonríe. Él le sonríe de vuelta. Son las 3:15 de la mañana del 25 de diciembre, el auto número 315 se ha ido y le acaba de dejar a Rodrigo la mejor propina del año.
1 comentario:
Me gustó por lo ligero de la trama. Su manejo del idioma es pulcro. Realmente, me gustó la manera como cerró el círculo de la narración. No pudo ser mejor.
Respetuosamente
L'Oraterótico
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