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22.8.16

Morir cuerdo y vivir loco

El 20 de agosto de 2016 fue un día fatídico.

Esa noche, en Kingston, Ontario, Canadá, se llevó a cabo una celebración agridulce. The Tragically Hip, probablemente la banda de rock más icónica de Canadá, en activo desde 1984, celebró el que sería su último concierto. No habría más: en mayo de este año su líder, vocalista y compositor, Gord Downie, había hecho un anuncio triple: sacarían a la luz un último álbum, Man Machine Poem, y saldrían de gira por última vez para promocionar el disco, puesto que le acababan de diagnosticar un cáncer cerebral, terminal e inoperable. El último adiós de la banda sería en esa fecha, a las 8 de la noche, sin prórroga.


En el horario señalado se congregaron todos los fanáticos afortunados con boleto en el lugar, pero también fanáticos del resto de Canadá y de todo el mundo se conectaron gratis, a través de la CBC por televisión e internet, a la transmisión en vivo. El acontecimiento de casi tres horas, que llevó el título de A National Celebration, contó con la presencia, entre muchos otros invitados, del Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. El emotivo final, con Gord llorando al final del clásico "Grace, Too", es conmovedor hasta los huesos, sea uno fan o no de la música de la banda: es la emoción de ver la despedida de un artista de su público, de su país, de sus compañeros en la agrupación, de su familia, de su vida misma.



Poco más de doce horas antes de que comenzara aquel concierto en Canadá, a 3,500 kilómetros de distancia, en las horas de la madrugada generalmente tranquilas de la ciudad de Querétaro, México, fallecía a los 47 años Ignacio Padilla como consecuencia de un incomprensible y absurdo accidente automovilístico.

Nacho, quien no dejó ni un sólo premio literario sin ganar y que, cosa increíble en el mundillo de la literatura mexicana, tampoco dejó enemigos frustrados por su repentino fallecimiento, era muchas cosas: un escritor privilegiado y excepcional, un orfebre de la lengua y de la palabra, un excelente catedrático, un erudito de varios temas, un melómano, cinéfilo y teléfilo de gustos amplios, un fumador empedernido, un padre cariñoso, un conversador nato, un chismoso sin remedio, un orgulloso zurdo y un perpetuo multitasker que habría sonreído al leer tal descripción. Sobre todo, Nacho era mi amigo, como lo fue de tantos editores, escritores, alumnos, colegas y lectores con quien se cruzó. Quiero pensar que me tenía cierto cariño; yo ciertamente se lo tenía. Nacho se fue de pronto y me dejó con planes y proyectos inconclusos sobre el cine en México, sobre planes de estudios de carreras técnicas y diplomados, sobre cursos de retórica, sobre proyectos de edición literaria y de investigación; me regaló un prólogo, yo le regalé un cuento. No quiero adueñarme de la pérdida de Nacho, ni mucho menos; al contrario, pienso que el vacío que deja en mi vida palidece si se compara con el que deja en su lugar de trabajo, en su labor literaria, en su labor docente y, sobre todo, entre sus amigos de toda la vida, sus familiares e hijos.


Un pequeño consuelo: Nacho no se fue sin saber qué tanto y cuántos lo estimábamos. Apenas unas semanas antes de su fallecimiento le habían realizado un homenaje en Bellas Artes centrado en su trayectoria literaria; apenas seis meses antes se había llevado a cabo la celebración de su nombramiento como el miembro número más joven de la Academia Mexicana de la Lengua; hacía apenas un año o dos que su alma mater, la Universidad Iberoamericana, le había ofrecido un homenaje por su labor académica y de difusión de la literatura infantil y juvenil, además de por su trabajo como escritor. Sin embargo, a diferencia del cantante canadiense, Nacho se fue sin despedirse. Simplemente no hubo tiempo.

¿Qué es más doloroso, una partida anunciada y paulatina pero inexorable, o una súbita y absurda, igual de incomprensible? ¿Qué es preferible; para el difunto, para sus seres queridos, para sus dolientes?

Durante la misa de cuerpo presente celebrada durante las exequias de Nacho no podía dejar de pensar en el paralelismo de la liturgia y del concierto: al final la ceremonia no es del oficiante o de su objeto, sino de los asistentes. Las pompas, en estos casos fúnebres, son para los vivos. Y así también me percaté de una verdad escondida detrás de la promesa de la resurrección del cristianismo: lo verdaderamente valiente, en su etimología más profunda, no es esperar el perdón y la vida eterna, sino abordar la vida con locura y enfrentar sus consecuencias con cordura. Aunque lo tengamos prometido, y todos lo tenemos prometido, no sabemos ni la hora ni el día; el único modo de dar la vuelta al vértigo es atreverse. Así Cervantes, así Jesús, así Shakespeare, así Gord, así Nacho. Buen camino.



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