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13.10.09

derechos del lector

No he escrito aquí en un buen rato, pero tengo excusa. Primero, como siempre, tengo mucho trabajo. No me quejo —al contrario— pero sí echo de menos el tiempo que alguna vez tuve para pensar tonterías, y escribirlas después.

Segundo, he estado viajando. De hecho, ahora mismo —mientras escribo— estoy en Frankfurt, para la feria del libro (Buchmesse). Hoy, martes 13 —ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes— estoy en la conferencia TOC – Tools of Change for Publishing, de la que estaré escribiendo, espero, un poco.

Tercero, he estado preparando un sitio nuevo. No para este blog, sino para otra cosa completamente distinta —aunque complementaria—. Se trata de un acercamiento que, creo, es completamente radical para el modo de leer y entender la lectura en el mundo digital, o electrónico: los derechos del lector. Me atrevo a decir que es radical, por no decir novedoso, porque hasta ahora nadie habla de ello. Al menos no he escuchado nunca que se diga nada al respecto, y en las conferencias de hoy, por lo que anticipa el programa, tampoco lo harán (Actualización: sólo lo hizo Cory Doctorow). Tampoco lo hicieron en la maestría en edición digital que cursé en años pasados, ni en el curso de formación de editores al que asistí en España este mismo año. Tampoco lo hicieron en el Congreso Internacional del Mundo del Libro del FCE, aunque, en ese caso, sí se habló un poco de la experiencia y las necesidades del lector, pero como comprador y usuario de una biblioteca, no como un lector por sí mismo, por sí sólo.

Lo gracioso, y a la vez lo triste, es que esto tiene dos lados irónicos, el uno más que el otro. La primera ironía es que los únicos que hablan sobre los derechos del lector son programadores, y un abogado: los defensores y protectores del software libre, en especial Richard Stallman y Lawrence Lessig, profesor de derecho en Stanford. Sus libros, Software libre para una sociedad libre, y Cultura libre, respectivamente —ambos gratuitos— , puedo decir, sinceramente, me transformaron por completo. Me quitaron lo cínico. No sé cómo explicarlo, pero puedo dar una analogía: todos sabemos que el agua se va a acabar, pero no te comprometes a cerrar la llave hasta que no ves una fuga masiva, o te restringen el servicio cinco días a la semana a dos horas por día.

La segunda ironía es que entre los involucrados en la cadena del libro nadie habla del lector. Sí se habla pero se le menciona como un consumidor, como un usuario de un servicio; la mayoría de las veces —y esto es consecuencia de lo anterior— el lector es un ladrón, o un pirata. En palabras de Cory Doctorow en TOC Frankfurt: “a reader is not a user, there is no license to read […] You need to restore ownership to books. If I buy a book, it's mine”. La ironía es que todos los asistentes a estas sesiones son lectores antes de ser lo que son ahora: editores, escritores, agentes, vendedores (justo mientras escribo esto, Doctorow dice exactamente lo mismo para terminar su conferencia; ok, weird).

Justo antes de salir rumbo a Frankfurt leí en El país semanal la columna de Javier Marías —que en realidad era la continuación de su columna de la semana anterior— en la ya clásica última página de la revista. En ella, el autor hablaba de cómo es injusto, segun él, que los derechos de los libros “caduquen” al pasar al dominio público —“lo que creamos o inventamos, lo que es más nuestro que cualquier bien adquirido por cualquiera, tiene fecha de caducidad y pasará a ser del dominio público un día, a diferencia de lo que ocurre con las propiedades de todos los demás: la gente lega sus casas, tierras, fortunas, negocios, de generación en generación”— y, en resumidas cuentas, acusaba a los que comparten contenido en línea de acabar con la cultura, sin distingo alguno entre aquellos que lo hacen sin ánimo de lucro y los que lo hacen para vender ilegalmente. Marías piensa, y escribe, que si no le pagan a los que hoy son escritores reconocidos ya no habrá literatura: "esto es lo que seguramente va a pasar con la cultura y el arte. Dejarán de hacerse”; Marías dice esto porque cree que sin el modelo actual de los libros no habrá incentivo para escribir. Le tengo malas noticias, señor Marías: hoy hay más gente escribiendo que nunca antes en la historia, y no porque se compartan los libros se va a dejar de escribir: muy al contrario, mientras más se comparta, más incentivo habrá, para más personas, para plasmar las ideas con palabras. Pregúntele a cualquier bloguero. La tendencia, como bien señala, no se va a revertir. Si no le gusta, mejor deje de escribir de una buena vez y deje las amenazas y pataletas: tal vez sea momento de que alguien más, menos aprehensivo, tenga oportunidad de escribir en la página final de la revista.

Ideas fatalistas —y, en pocas palabras, chillonas— como las de Marías, no hacen más que exacerbar el sentimiento entre algunos autores, y muchos editores, de que el enemigo es aquel hipotético consumidor que comparte sus libros, el que los baja sin pagar, el que los regala a su familia y, así, roba y mata de hambre al autor, al librero, al editor. Pero el lector, quien hace eso ahora con sus libros en papel y quiere seguir haciéndolo con los libros digitales, no es el enemigo. Ni siquiera es un consumidor. El lector es el lector. El lector es el fin del libro, y su principio. El lector somos todos. Por eso necesitamos que se hable en favor de los lectores, pero no desde o hacia el mundo editorial, sino hacia el mundo de los lectores. Que se hable de los derechos del lector. De ello depende que sigamos, como humanidad, leyendo. Primero. Y luego escribiendo, y editando, y viviendo con, entre, desde, para y por los libros, sea cual sea su soporte.

2 comentarios:

silencio dijo...

Qué bueno, Ome, qué bueno. Te doy toda la razón. El lector es el fin y el principio del libro, cuánta razón tienes!

Anónimo dijo...

Un amigo mío presentará su libro titulado *The amazing adventures of the Gaties*. Ojalá tengas oportunidad de verlo.

Saludos

LIVUX